4 estrellas
Memorias de un caracol (Memoir of a Snail, Australia/2024). Guion y dirección: Adam Elliot. Con las voces de Sarah Snook, Kodi Smit McPhee, Jacki Weaver, Eric Bana y Nick Cave. Música: Elena Kats-Chernin. Edición: Bill Murphy. Duración: 95 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas.
Una película que nos cuenta las desventuras y penurias de una joven llamada Grace Pudel (la voz de Sarah Snook, la Shiv Roy de la serie Succession), una joven solitaria, angustiada, traumada y apasionada por los caracoles y las novelas románticas.
El film -ambientado en la Australia de la década de 1970- reconstruye la cadena de infortunios de Grace y su hermano mellizo Gilbert (la voz de Kodi Smit-McPhee): su madre muere apenas nacen; su padre Percy (Dominique Pinon), un animador y artista callejero francés, queda parapléjico tras un absurdo accidente y, cuando fallece, ambos son separados de forma forzada y enviados por los servicios sociales a vivir con otras familias adoptivas en zonas muy distantes. Y, cuando parece que por fin el amor llama a la puerta de esta muchacha no demasiado agraciada, la decepción será no menor.
A esta altura, ya queda bastante claro que Adam Elliot tiene una fascinación (obsesión) por los perdedores, los marginados, aquellos que no encajan en los cánones de belleza, éxito y “normalidad”. De hecho, cuando su hermano ya no está a su lado, la principal relación de nuestra atribulada (anti)heroína es una anciana llamada Pinky (la voz de la mítica Jacki Weaver). Porque, más allá de los continuos golpes de la vida que sufre en el seno de una sociedad conservadora, represiva e insensible, Grace apelará a una resiliencia encomiable y, en ese sentido, Pinky será un sostén decisivo.
Bella y oscura -por momentos hace recordar a Coraline y la puerta secreta (2009), de Henry Selick-, con un prodigioso trabajo con una animación orgullosamente artesanal, Memorias de un caracol tiene, sin embargo, una zona que -al menos desde la sensibilidad de quien esto escribe- me hizo un poco de ruido: la inocencia, ingenuidad y buenas intenciones de la protagonista hace que bajemos la guardia para luego recibir unos cuantos mazazos con recursos por momentos manipuladores llegando incluso a ciertas situaciones extremas en las que Elliot parece regodearse en el dolor y el sadismo de ese mundo siempre inhóspito e inhumano. De todas formas, hay algo parecido a la redención y la mayoría esos golpes nunca están por debajo del cinturón y, por lo tanto, Memorias de un caracol se desmarca de lo más artero de ese cine de la crueldad hoy tan de moda.
Por Diego Batlle
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