A finales del siglo XIX, Estados Unidos era una superpotencia en ciernes. Y Hawai, un pequeño estado independiente encabezado por una una reina nativa. Pero las cosas pronto iban a cambiar para siempre.
En la década de 1890 Hawái fue el escenario de conspiraciones, tensiones políticas y maniobras militares, que desembocaron finalmente en 1898 en la decisión del presidente William McKinley de anexionar el archipiéalgo a Estados Unidos.
Fue un paso decisivo en la expansión territorial de Estados Unidos y, según algunos autores, en la formación de los “EE.UU. imperialistas”. Pero, ¿cómo era Hawái entonces? ¿Por qué Estados Unidos estaba interesado en un lugar tan alejado? ¿Cómo logró hacerse con él?
Esta es la historia de cómo el país que emergía como gran potencia mundial se adueñó de un remoto reino insular y de cómo lo convirtió en un enclave estratégico desde el que proyectar y defender su poder mundial.
A comienzos de la década de 1890, Hawái era una monarquía independiente en la que reinaba la soberana nativa Liliʻuokalani.
Ubicado en mitad de las rutas marítimas hacia los mercados americano y asiático, se iba convirtiendo en una pieza cada vez más codiciada en un mundo dominado por la carrera entre las grandes potencias coloniales europeas, a las que estaba a punto de sumarse Estados Unidos.
La población polinesia autóctona había asistido en las últimas décadas a la llegada de europeos y estadounidenses atraídos por los altos márgenes de beneficio del cultivo del azúcar en las islas de Hawai.
En aquellas plantaciones trabajaban también muchos migrantes japoneses, con frecuencia sometidos a explotación y abusos, lo que, unido a la ubicación estratégica y el creciente peso comercial del archipiélago, alimentaba los deseos de Japón de hacerse con Hawái.
Pero la influencia de Estados Unidos también iba en aumento, sobre todo por el papel de los hombres de negocios estadounidenses que copaban el negocio del azúcar y también gran parte del poder local. “Se habían hecho muy ricos y ahora querían que su poder político igualara al económico”, le explica a BBC Mundo Robert Merry, historiador estadounidense y autor de una biografía del presidente McKinley.
Los planes de la reina de impulsar una nueva Constitución que permitiera votar a los nativos y reforzara el poder de la Corona alarmaron a los cultivadores blancos, que vieron peligrar sus privilegios.
A esto se sumó la decisión del gobierno de Estados Unidos de establecer aranceles para proteger a sus productores azucareros.
Según el historiador estadounidense Tennant McWilliams, esto “creó un gran problema para los cultivadores de azúcar de Hawái. Solo tenían una manera de sobrevivir: convertirse en parte de Estados Unidos”.
Con ese objetivo pusieron en marcha un complot contra la reina que contó con el apoyo del representante de Estados Unidos en Honolulu, John L. Stevens, y de un grupo de más de un centenar de marines que llegaron a Honolulu desde un buque de la US Navy que se encontraba en la zona.
“La reina estaba bajo tremenda presión y renunció al trono”, explica Merry.
Con la reina detenida y vigilada por hombres armados, los cultivadores blancos establecieron un gobierno provisional que solicitó a Washington la anexión de Hawái a Estados Unidos.
El entonces presidente, Benjamin Harrison, era partidario de la idea, pero, según cuenta Merry, “envió una propuesta de tratado de anexión al Congreso que encontró una tibia respuesta, por lo que dio marcha atrás”.
La cuestión de Hawái quedaría abierta para el hombre que lo sucedió en la Casa Blanca en 1893, Grover Cleveland.
La llegada al poder de Cleveland le dio un giro total al asunto.
El nuevo presidente encargó una investigación sobre los acontecimientos que llevaron a la caída de Liliʻuokalani y sus conclusiones no pudieron ser más contrarias a los deseos de los cultivadores azucareros.
De acuerdo con un artículo publicado por el Instituto Gilder Lehrman de Historia de Estados Unidos, “Cleveland se negó a llevar a cabo la anexión de Hawái porque su creencia en la justicia y el honor de Estados Unidos chocaban con las acciones para sostener a un gobierno provisional que percibía como antidemocrático”.
En un mensaje de 1893, el presidente proclamó: “Ha sido la política establecida de Estados Unidos conceder a los pueblos de otros países la misma libertad e independencia (…) que siempre hemos reclamado para nosotros”.
Según McWilliams, tras conocer el informe, Cleveland “no solo condenó la agresividad de Estados Unidos, y la conspiración y el secretismo de todo aquello como ilegal e inmoral, sino que urgió una solución muy pragmática y moral: devolver a la reina al poder”.
Pero los estadounidenses que la habían destronado se negaron a obedecer a Cleveland, que dejó estar las cosas. “Cleveland no estaba interesado en una intervención militar en Hawái” contra estadounidenses, indica Merry.
La contradicción entre las posturas de los presidentes Harrison y Cleveland muestra las diferentes visiones sobre el papel que Estados Unidos debía desempeñar en el mundo en un momento en que se perfilaba como la gran potencia industrial y militar.
Cleveland era un aislacionista que no veía ningún beneficio para su país en la anexión de unas lejanas islas en la Polinesia, pero otros estadounidenses seguían abrazados la teoría del destino manifiesto que, popularizada a mediados del XIX, les hacía creer que su país estaba llamado a expandirse y dominar el mundo.
Pronto, las ideas aislacionistas de Cleveland serían derrotadas.
En 1897 entra en escena el otro gran protagonista de esta historia. Ese año, William McKinley se convierte en presidente de Estados Unidos y retoma el asunto de Hawái, que no había sido un tema dominante en la campaña de las elecciones en las que se impuso.
Descrito como un “ardiente imperialista”, McKinley es un presidente del que se ha vuelto a hablar últimamente en Estados Unidos por la reivindicación que hace de su figura Donald Trump, quien admira la expansión territorial que se produjo durante su presidencia.
McKinley retomó algunos de los argumentos que había esgrimido Harrison a favor de la anexión, como el riesgo de que Hawái acabara cayendo en manos de alguna potencia extranjera, lo que veía como una potencial amenaza para la seguridad de Estados Unidos, una tesis que se asemeja a las expresadas por Trump sobre Groenlandia o el Canal de Panamá en nuestros días.
“McKinley no era un visionario que llegó con grandes ambiciones territoriales a la presidencia, pero sí un gran gestor que sabía ver las oportunidades y se dio cuenta de que la continuidad de Hawái como una entidad independiente en el Pacífico probablemente no era viable”, explica Merry.
Así que ya en 1897 llevó a cabo un primer intento de que el Congreso de Estados Unidos aprobara la anexión. McKinley trató de persuadir a los legisladores de que, si su país no lo hacía, sería Japón quien tomaría la iniciativa y se adueñaría de Hawái. Pero la anexión fue de nuevo rechazada.
La suerte de los hawaianos no terminaría de decidirse hasta el año siguiente y por el peso de una guerra librada en una isla muy alejada de Hawai: Cuba.
Allí los rebeldes independentistas llevaban años alzados contra el dominio español. La incapacidad de España de contener la insurrección causaba irritación en Estados Unidos, que veía como una potencia europea en declive desestabilizaba lo que consideraba su área de influencia y perjudicaba sus intereses.
Washington le exigía a Madrid concesiones a los insurgentes cubanos que primero se negó a hacer y después resultaron insuficientes para lograr la paz. Finalmente, Estados Unidos entró en guerra con España, que conservaba como últimos vestigios de su imperio Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
La guerra “empujó a Estados Unidos a anexionarse Hawai porque destacó su importancia militar frente al aspecto moral de la anexión”, según el Instituto Gilder Lehrman.
Hawái se había convertido en un punto de aprovisionamiento y escala vital y en una plataforma desde la que una Marina de EE.UU. cada vez más poderosa podría atacar objetivos españoles en Filipinas.
Finalmente, el 12 de agosto de 1898, McKinley firmó la ley aprobada la víspera por el Congreso por la que las islas Hawai pasaron a convertirse en territorio de Estados Unidos.
Desde su anexión, Hawai ha sido una de las grandes plataformas del poder de Estados Unidos en la región Asia-Pacífico.
Según Merry, “a finales del siglo XIX necesitabas Hawai si querías tener una posición dominante en el Pacífico”.
“Era la época de los grandes buques de acero que consumían carbón y Estados Unidos se estaba dotando de una gran flota que necesitaba de un punto de aprovisionamiento”, continúa el historiador.
El ataque a la base de Pearl Harbor, con el que Japón inició las hostilidades contra Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, puso de manifiesto la importancia de Hawái.
“Japón atacó Hawai, pero si hubiera estado en control de Hawai hubiera podido atacar la costa oeste de Estados Unidos”. Décadas después, Hawai sigue siendo la base de la Flota del Pacífico, con dos centenares de buques y alrededor de 1.500 aviones, la más grande de la Armada de Estados Unidos.
Ahora que China es el gran rival, “Hawai es aún la base para las armas y los recursos con los que Estados Unidos sigue actuando como una potencia en Asia y el Pacífico”, concluye Merry.
La caída de la monarquía hawaiana y el establecimiento de la soberanía estadounidense sobre el archipiélago siguen siendo un episodio histórico espinoso que, si bien contribuyó al engrandecimiento de una nación existente, Estados Unidos, condujo a la desaparición de otra, el Hawai independiente.
Las acciones de los propietarios azucareros blancos que derribaron a la reina Liliʻuokalani fueron condenadas no solo por el presidente Cleveland, sino por muchos en Hawai y en Estados Unidos.
Y la decisión de McKinley de anexionarse Hawái ignoró entre otras voces las de miles de nativos que firmaron una petición para que no se llevara a efecto.
Casi cien años después, en 1993, el Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución de “disculpa a los nativos hawaianos por el derrocamiento del reino de Hawai”.
La resolución calificó de “ilegal” la conspiración que llevó al derrocamiento de Liliʻuokalani y reconoció que antes de ser incorporado a Estados Unidos, “el pueblo nativo hawaiano vivía en un sistema social altamente organizado y autosuficiente basado en la tenencia comunal de la tierra”.
La convicción de que los acontecimientos que llevaron a la anexión de Hawai fueron un injusto agravio a los nativos provocaron el surgimiento de un movimiento por la soberanía de Hawái todavía activo en el archipiélago.
BBC Mundo
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