El impacto que generó el anuncio de la llegada de Airbag a Catamarca solo puede compararse con aquellos momentos en los que la grilla de la Fiesta Nacional del Poncho confirma figuras de peso como Abel Pintos o Luciano Pereyra. O, en un registro todavía más excepcional, con lo ocurrido cuando se anunció el cierre con Carlos “La Mona” Jiménez.
Todavía no se sabe si la banda de los hermanos Sardelli alcanzará el ansiado sold out. La apuesta de los productores es ambiciosa: eligieron el estadio Bicentenario como escenario para una de las visitas más esperadas del rock nacional. ¿Se superarán las más de 15 mil personas que asistieron al show de La Mona? La respuesta llegará el 25 de abril del año próximo.
La llegada de Airbag es, sin dudas, una gran noticia. Se inscribe en una seguidilla de artistas nacionales que desembarcaron en la provincia en los últimos años, algunos por primera vez y otros tras largas ausencias. En ese recorrido conviven modelos distintos: eventos impulsados por el Estado, apuestas mixtas y producciones estrictamente privadas. Miranda, Ciro y Los Persas, Estelares, Turf y el propio Jiménez forman parte de una etapa marcada por grandes convocatorias. También hubo apuestas privadas que dejaron huella, como las visitas de Skay Beilinson, Las Pastillas del Abuelo, Don Osvaldo o Guasones.
La efervescencia que generan estos anuncios en el público catamarqueño es lógica y no constituye una rareza. Ocurre en todo el país y responde a una dinámica propia de la industria cultural.
El crecimiento cultural no se sostiene solo con nombres consagrados. Se construye con políticas públicas, inversión privada y un público dispuesto a involucrarse. El crecimiento cultural no se sostiene solo con nombres consagrados. Se construye con políticas públicas, inversión privada y un público dispuesto a involucrarse.
Sin embargo, el análisis quedaría incompleto si toda la responsabilidad recayera únicamente en el Estado o en los productores. El público también juega un rol clave. Con frecuencia, las propuestas locales -recitales, obras, ciclos independientes- se desarrollan ante salas semivacías y un acompañamiento que no siempre está a la altura del talento que se ofrece. La misma exigencia que se reclama hacia las políticas culturales debería trasladarse a las prácticas de consumo: no alcanza con celebrar lo que llega de afuera si no se sostiene lo que nace y se produce acá.
El problema, entonces, no es la llegada de grandes artistas ni el entusiasmo que generan. Tampoco pasa por discutir si el Estado debe o no acompañar espectáculos de gran convocatoria. El verdadero punto crítico aparece cuando, bajo el argumento recurrente de la falta de presupuesto, las expresiones culturales locales quedan relegadas, invisibilizadas o directamente excluidas de las prioridades. Más aún cuando el sector privado muestra escasa predisposición a asumir riesgos.
El crecimiento cultural no se sostiene solo con nombres consagrados ni con una agenda reducida a unos pocos. Se construye con políticas públicas, inversión privada y un público dispuesto a involucrarse. El talento no se agota en las cuatro avenidas ni se activa únicamente cuando sopla un huracán mediático.
Estas líneas no van contra la llegada de Airbag ni contra ningún artista nacional. Funcionan, más bien, como un llamado de atención para que el entusiasmo no arrase con todo y para que el impulso colectivo -Estado, privados y público- también mire hacia adentro, hacia quienes sostienen la cultura catamarqueña todos los días, muchas veces sin red y casi siempre sin respaldo.
