Durante más de tres décadas, la salud de los niños del país estuvo asegurada por un hospital: El Garrahan, que abarca cuatro manzanas, realiza 15.000 cirugías, atiende el 40% del cáncer infantil y da respuesta a 600.000 consultas anuales, es reconocido en el mundo de la pediatría por realizar la primera operación en un hospital público de una bebé dentro del útero de su madre –algo que sólo se hacía en centros privados–, separar a las siamesas Ámbar y Pilar y ser pionero en trasplantes de órganos. Es visto por los países de la región como un ejemplo de eficiencia y calidad de la salud pública.
Pero el hospital, inaugurado en 1987 y dotado hoy de 20 quirófanos, un banco de sangre, células y tejidos, un banco de cordón umbilical, 14 laboratorios y un área de imágenes que realiza 180.000 estudios al año, atraviesa una crisis sin precedentes. Con una caída superior al 50% en su presupuesto, que se traduce en sueldos congelados y sobrecarga laboral, desde agosto de 2024 –cuando se declaró en emergencia– renunciaron 246 profesionales, 50 de ellos en los últimos tres meses.
“Si renuncian 50 especialistas más, el hospital no va a poder seguir atendiendo”, advierte la pediatra Rita Fernández. La enfermera Teresa Alfaro, que ingresó en 1988, coincide: “No falta mucho para que el servicio se paralice. Si esto sigue así, de este año no pasa”. “Me fui porque no aguanté más, se empezó a sufrir en el hospital. Mucha tristeza. Mis proyectos de vida se empezaron a evaporar. Así que tomé la decisión de irme. No fue fácil”, dice Matías Comune, técnico de farmacia que trabajaba en la elaboración de nutrición parenteral. Ingresó en febrero de 2014 y renunció el 25 de agosto pasado.
El desgaste y la acumulación de conflictos provocan una fuga cada vez más acelerada de profesionales que desarticula equipos interdisciplinarios formados durante años. Las áreas más afectadas son Cardiología, Neurocirugía, Trasplantes, Cirugía Pediátrica y Oncología, donde de cinco puestos disponibles solo se cubrió uno. La crisis se extiende a las residencias médicas: cambios en la remuneración y condiciones laborales precarias generan protestas y desincentivan la incorporación de nuevos especialistas. “El hospital se va a quedar sin profesionales. Ahora mismo la atención está perjudicada. Se hacen cirugías pero muchas se posponen. Faltan insumos. Algunos servicios no incorporan pacientes nuevos, y es muy grave porque hay casos que no pueden esperar”, alerta Fernández.
Familias desesperadas
“No sé si el cáncer de mi nena va a avanzar o si seguirá llegando la medicación oncológica. Tenemos mucho dolor, estamos desesperados”, dice Karina Nieto, madre de Amorina, de 6 años, paciente oncológica. Por su enfermedad metastásica pulmonar, Amorina ya atravesó dos operaciones y le esperan al menos cinco años más de tratamiento.
“Mi nena es autista y no habla, y los médicos tuvieron que conocerla antes de operarla del tumor. Se comunicaban con ella a través de los ojos, con una niña que ingresó con cuatro años. Fue increíble: desde el personal de limpieza hasta el cirujano. Mi hija ama el Garrahan”, relata Karina. “Esto no lo podemos permitir como pueblo. ¿Cómo es posible que el Presidente se meta con nuestros hijos?”, se pregunta, y agrega: “Los trabajadores están haciendo algo heroico, no se merecen lo que están pasando”.
El ritmo enloquecedor
Atrás quedaron las aspiraciones de quienes ingresaban al Garrahan buscando de atender las patologías más complejas de los hijos de familias postergadas del país. “Entré al hospital en 1988, un año después de su inauguración, por la formación, la buena docencia y la calidad del conocimiento. Siempre quise trabajar en la salud pública, atendiendo a los chicos que más lo necesitan. No me arrepiento: realmente fue increíble”, recuerda la pediatra Rita Fernández.
Hoy, gran parte de las abreviadas energías del personal se destina a gestionar estrategias gremiales y mediáticas, además de trabajar en otras actividades para compensar salarios que, denuncian, no alcanzan la línea de pobreza. Según recibos de agosto de 2025, una enfermera de cuidados intermedios percibió $943.111 netos; un enfermero técnico A-4, $996.925; un administrativo, $958.372; una auxiliar de jardín maternal, $849.678; y un trabajador de farmacia, el caso más alto, $1.224.361. Los becarios médicos reciben estipendios de alrededor de $1.140.000, sin aportes jubilatorios ni relación de dependencia.
“Enfocados en lo científico y asistencial, el Garrahan era un sueño donde se cumplían los objetivos y nos capacitamos permanentemente, daba gusto trabajar. Ahora el desgaste es infernal, todos tienen pluriempleo, están mal y dispersos, porque nos dedicamos a discusiones gremiales, hablar con la prensa, realizar contenido para redes, para concientizar”, explica la médica.
Muchos no soportan el ritmo enloquecedor, mezcla de hostigamiento y persecución con explotación laboral en un ambiente donde se convive con el dolor y la muerte, y renuncian. “Te aprietan con el ausentismo, te quieren manipular; y para los que no están en planta es peor, porque tienen sueldos magros y encima los amenazan con no renovar el contrato”, agrega la enfermera Alfaro.
“Yo también pensé en renunciar”, admite Ivone Malla, pediatra y hepatóloga, coordinadora del staff de Trasplante Hepático. “Por las condiciones que son agobiantes y por la persecución que ejercen. El maltrato y hostigamiento es otro problema que se suma a los bajos salarios. Después uno piensa en los pacientes y sigue, pero no sé hasta cuándo”.
A la sangría de recursos humanos se suma un aumento sostenido de pacientes: muchos dejaron de tener prepagas, otros perdieron su obra social por despidos y acuden por primera vez al sistema público, que paradójicamente se desfinancia a medida que crece su demanda. Según fuentes gremiales, la atención en centros de salud pública habría aumentado entre un 30% y un 40%. “No tenemos un número exacto, pero cada vez hay más pacientes que concurren al hospital. Más allá de que en el Garrahan se atienden patologías que no podrían tratarse en otros centros, cada vez hay más porque muchos dejaron de tener obra social”, dice Malla.
La mitad del personal está bajo tratamiento psiquiátrico
El personal que permanece en el hospital, ya sea por convicción o por antigüedad, enfrenta condiciones que afectan gravemente su salud mental que se manifiesta en estrés, insomnio, ataques de pánico y depresión. Según un relevamiento de la Comisión de Insalubridad del Garrahan, el 50% de los trabajadores se encuentra bajo tratamiento psiquiátrico.
“La mitad de nosotros toma medicación psiquiátrica. No llegamos a fin de mes, trabajamos el doble y vemos cómo los compañeros renuncian. Nos tenemos que organizar y contener a todos mientras nos tratan de ñoquis. Esto lleva más de un año y nuestro sistema inmune está destrozado, nos brotan hipertensión, diabetes y otras enfermedades”, alerta Verónica Pietropablo, administrativa y delegada de ATE.
Sin embargo, los trabajadores -ahora obligados a fichar con un sistema biométrico facial que no detectó ningún “ñoqui”- alertan sobre una consecuencia grave del estrés laboral crónico: el síndrome de Burnout, que provoca desmotivación, insensibilidad y deshumanización. “Nos están deshumanizando. Llegás a tu casa y no querés ni jugar con tu hija, vivimos con apatía, como despersonificados, nos quitan hasta la posibilidad de maternar”, dice Pietropablo.
La hepatóloga Malla suma otro dato alarmante: “Se suicida un compañero por año en el Garrahan. Desde hace seis años, que comenzamos a registrar los números, una persona de la planta permanente –que cuenta con 4.300 trabajadores– se quita la vida cada año. Es más del doble del promedio nacional, que es de uno cada 12.000 por año. Nuestra situación psíquica en el hospital se vuelve cada vez más crítica”.