El 8 de diciembre de 2019, Jorge Amor Ameal alcanzó la presidencia de Boca Juniors y Juan Román Riquelme su objetivo de destronar al macrismo. Su injerencia absoluta en el resultado electoral, pese a su cargo de vicepresidente segundo, lo coronó como primus inter pares. En su primera gestión, rodeado por otros dirigentes, su poder quedó limitado a la conducción del fútbol. La final en el Maracaná fue el cenit. El “Boca Predio” en Ezeiza se convirtió en su Palacio Imperial y el Consejo de fútbol, recientemente creado, en su guardia pretoriana.
“Praetorium” era el nombre de la tienda donde se alojaba el comandante romano. Los soldados elegidos para escoltarla pasaron a llamarse “guardia pretoriana”. Su origen data del Siglo I y su poder se extendió por tres siglos hasta que fue disuelta por Constantino, en el 312 d.C, al perder su razón de ser, quedando inmiscuida en el medio de las luchas por el poder romano. Su momento de apogeo fue en el reinado del joven Nerón, actuando en su cuidado (comandada por Burrus) y luego como artífice de su caída quince años después.
Juan Román Riquelme, al igual que Nerón, llegó al poder en Boca como el hijo pródigo, rodeado de una aureola de promesas de cambio y de figuras de peso. Tuvo su Séneca en el menospreciado presidente y sus asesores confiables en el consejo de fútbol con exjugadores como Bermúdez que sumaban la legitimidad de una voz propia. Ese espacio dirigencial que en un inicio intentó ser colegiado progresivamente fue perdiendo su encanto. La meritocracia se diluyó en la lógica del incondicional. Cuanto más incondicional para salir a defender lo indefendible, más peso se obtenía en el núcleo de poder.
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A Nerón, en un primer momento, el pueblo lo amaba. Roma soñaba con un príncipe justo y que le diera éxitos. En Boca lo mismo pasaba con Riquelme, que gobernaba bajo la custodia de su consejo de fútbol. El recambio de Battaglia por Russo en 2021 y la obtención del campeonato y la Copa Argentina, dibujaba un escenario de prosperidad soñado. Faltaban las copas internacionales, pero había entusiasmo.
En 2022 al tridente Cascini, Delgado y Bermúdez se le sumó Serna. Con la asunción de Ibarra como nuevo DT, también hubo un cambio con la misma lógica para que nada cambiara. Mucho se hablaba ya sobre la injerencia del consejo en el vestuario y sobre como la disposición del equipo se digitaba desde afuera: tanto Battaglia como su sucesor venían sin experiencia y de dirigir a la Reserva.
La llegada de Jorge Almirón en 2023 intentó ser un cortafuego. La final de la Libertadores con Fluminense pudo haber marcado un antes y un después. Boca quedó a un paso de la gloria y Román de cumplir la promesa. Por eso fue lógico que la gente lo votara como presidente, a fin de ese año, en el mismo momento que, desgastado por la convivencia cotidiana con el consejo de fútbol, el entrenador renunciaba a su cargo para sorpresa de muchos.
Después de una década en el poder, Nerón empezó a ver conspiraciones en todos lados. Por motivos nunca aclarados, se incendió Roma. El emperador culpó a los cristianos y empezó a perseguirlos. Mandó envenenar a Burrus y a Séneca, que antes de que lo mataran decidió suicidarse. Prontamente se levantaron rebeliones en las provincias hispánicas por los costos para sostener el imperio y no faltó mucho para que su guardia de hierro se desmembrara y los aristócratas del senado se dieran vuelta nombrándolo “enemigo público”.
Desde comienzos del 2024 a la fecha, Boca entró en un derrotero descendente que parece no tiene fin. Le robó el entrenador a Huracán (Diego Martínez) y el ciclo no fue bueno. La falta de refuerzos de jerarquía era el disparador para pegarle al consejo, entonces sacó la billetera y lo que trajo (Cavani y cía) tampoco surtió efecto. Con la llegada de Gago, repitió el pecado de desear el entrenador ajeno. Y como no hay dos sin tres lo volvió hacer cuando se llevó a Russo de San Lorenzo. La “derrota” con el Auckland City en el Mundial de clubes no es nada en comparación a los doce partidos sin victorias. El espiral descendente parece no tener fin y se acaba de devorar al consejo de fútbol.
Si algo nos enseña la historia de Roma es que ningún poder, por más sagrado que haya parecido, estuvo a salvo del fuego. ¿Quién será el próximo en intentar apagar el incendio? Ojo que el fuego no se apaga con leales, se apaga con gestión, con buenas ideas y también con algo de suerte.