jueves, 31 julio, 2025
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Oh, Kurt… cómo lo hacías?

Juan Francisco Uriarte

Ante las ansiedades literarias de tres o cuatro lectores dizque atentos, vuelvo rápido a hablar de lo prometido en aquella columna que abordó una pizca de la maravillosa historia del sushi. Porque, claro, aquella vez hablé de la genialidad culinaria nipona, pero junto a mí tenía esa otra genialidad hecha libro que es Galápagos, en una fantástica edición de la catalana Blackie Books.

Y está bien, esa noche no pude leer mucho, pero tanto antes como después de mi paso por Jonkon, este novelón llenó mis días hasta hace un rato, cuando lo terminé, un poco triste de que no fueran 1.500 sus páginas, y sí en cambio 312.

Es que… antes de entrar a Galápagos y sus astucias, antes de que piensen que exagero, debería contarles un poco de su autor, el norteamericano Kurt Vonnegut, y de Matadero Cinco.

El caso de Matadero Cinco es singular, pues casi no se lee: se absorbe, se tambalea, se resiste. Vonnegut lo escribió como quien escupe frases apenas después de una pesadilla. Publicado en 1969, cuando la Guerra de Vietnam dividía al pueblo yanqui, este lector social que era Vonnegut se mandó una sátira antiguerra en la que no había glorificación ni discursos heroicos; en su lugar vemos un desfile absurdo y doloroso donde el tiempo se rompe y el alma parece querer dislocarse. Billy Pilgrim, su protagonista, sobrevive al bombardeo de Dresde pero no al sinsentido del mundo. Queda “desencajado en el tiempo”, viajando entre recuerdos, traumas y visitas alienígenas, como si la conciencia se hubiese partido en mil pedazos que ya no se pueden volver a encajar.

Lo fascinante —y lo perturbador— es que este escritor nacido en 1922 no busca consuelo ni explicación. Lo que ofrece es una especie de lucidez amarga, una forma de mirar el horror con sarcasmo y ternura, como quien acaricia una herida sabiendo que no va a cerrar. La frase “así es la vida”, que se repite como un mantra a lo largo del libro, no es resignación: es la aceptación de lo incomprensible, del caos, del absurdo.

Y en ese caos Vonnegut encuentra una poesía oscura que, curiosamente, nos alumbra un poco.

El desconcierto vuelto estilo y el dolor estructura narrativa, deslumbraron a uno que de literatura planetaria la sabe lunga, Rodrigo Fresán, quien con su admiración lúcida dijo: “Quise escribir un libro tralfamadoriano”, refiriéndose al modelo de los alienígenas del libro (originarios del planeta Tralfamadore) que ven todos los momentos de la existencia como una totalidad simultánea. Para él, ese párrafo de Matadero Cinco sobre los libros tralfamadorianos —“una sucesión de momentos maravillosos, ocurriendo todos al mismo tiempo, sin principio ni final, sin moraleja”— es casi una declaración de principios, tanto estética como vital. Fresán lo desliza en casi todas sus obras como si fuera una clave secreta para entender la literatura contemporánea: fragmentaria, saltarina, inquieta y hermosa.

Matadero Cinco se publicó en 1969.

Casi dos décadas después, en 1985, llegó al mundo Galápagos.

Aquí, un Vonnegut más curtido por incontables horas de escritura toma esa misma tijera que corta el tiempo lineal, pero la usa para otro tipo de cirugía: no ya el trauma, sino la sátira evolutiva. Si en Matadero Cinco el asunto estalla entre flashbacks y ovnis, acá el relato se va al futuro, a un millón de años más allá, para reírse de la humanidad desde la distancia biológica. Galápagos es Vonnegut en modo Charles Darwin bizarro, narrando la extinción del homosapiens con una mezcla de ternura y cinismo.

Hay algo de consuelo ecológico en este libro, como si al final todo fuera cuestión de adaptarse o morir. Y sin embargo, el que muere —y el que narra— sigue teniendo esa vocecita tan vonnegutiana que, entre tanto, nunca deja de decirnos: “Así es la vida”.

Unos días atrás anduve con este librazo en la ciudad y el coloreo pop de su tapa llamó la atención de dos personas, un adolescente y un niño, que comenzaron curioseando esa lagartija casi wharholiana y luego entraron a la historia. Para mi sorpresa, los dos se quedaron largos minutos leyendo, libro en mano, ojos abiertos ante esa novela publicada hace ya cuarenta años pero que, desde entonces, sólo nos habla del futuro. Mientras los miraba, por lo bajo me susurraba: “¿Cómo lo hacés Kurt… cómo lo hacías?”.

En ese futuro los cerebros humanos empequeñecieron de tanta tarea que les dejamos a las máquinas, y volvimos a… no, mejor no les cuento: no vaya a ser que se ofusquen los lectores dizque atentos.

Esto fue Garamond 11. Hasta la próxima, lectores.

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