El presidente de la República Checa, Petr Pavel, ha firmado una enmienda al código penal que criminaliza la promoción de la ideología comunista, equiparándola legalmente con la propaganda nazi.
La legislación revisada establece penas de hasta cinco años de prisión para quienes »establezcan, apoyen o promuevan movimientos nazis, comunistas u otros que demuestren buscar la supresión de los derechos y libertades humanos o inciten al odio racial, étnico, nacional, religioso o de clase».
Esta medida surge tras años de presión por parte de instituciones como el Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios, que alegaban una »desigualdad legal» al sancionarse con severidad la apología del nazismo pero no la del comunismo. Estas instituciones argumentan que ambos regímenes causaron graves violaciones a los derechos humanos y que debían ser tratados por igual en el sistema legal.
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La excelente medida ha generado grandes elogios por parte de la sociedad, pero también incertidumbre, especialmente entre sectores de izquierda. La principal crítica proviene del Partido Comunista de Bohemia y Moravia (KSČM), actualmente liderado por la eurodiputada Kateřina Konečná.
El partido, que recientemente se ha aliado con otras fuerzas en la coalición »Stačilo» (»Suficiente»), calificó la legislación como un »intento de marginar políticamente a la izquierda comunista» y de intimidar a los críticos del gobierno.
En un comunicado, el KSČM denunció la enmienda como una acción »políticamente motivada» y aseguró que es »otro intento fallido de empujar al KSČM fuera de la ley».
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Actualmente, el KSČM no tiene representación en el Parlamento checo, algo que no ocurría desde 1920. En las elecciones de 2021, el partido no alcanzó ni siquiera el umbral del 5% necesario para obtener escaños.
La aplicación de la nueva legislación generó grandes expectativas, especialmente en lo que respecta a su impacto sobre la sociedad y el impedimento de que una ideología que ha devastado al mundo entero pueda recuperar el poder en el país.
Históricamente, la República Checa fue parte de Checoslovaquia, un país bajo el cruel dominio del Partido Comunista desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la Revolución de Terciopelo en 1989, que marcó el inicio de la transición a la democracia parlamentaria. Con esta nueva legislación, el país profundiza su ruptura simbólica y legal con su crudo pasado comunista.
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