martes 22 de abril de 2025
Catamarca, ARGENTINA
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Algo en que pensar mientras lavamos los platos
Rodrigo L. Ovejero
Uno de estos días nos vamos a despertar en un mundo en el que la pieza de ajedrez más grande del planeta estará ubicada en Argentina, más precisamente en Río Ceballos. Se trata de una dama hecha de hierro (no es Thatcher, pero está igual de inanimada) de siete metros y sesenta centímetros, que espera paciente su registro en el libro Guinnes acreditando su condición como la pieza de ajedrez más grande de la tierra. Cuando esto ocurra, el rey ubicado en Sautron, Francia, con sus patéticos seis metros y treinta centímetros, quedará destinado irremediablemente al segundo puesto, despojado de la gloria por una dama. Jaque mate al patriarcado.
Este récord, como toda plusmarca que pretenda universalidad en un campo tan particular, puede ser objeto de numerosas objeciones, pero no me interesa tanto ahondar en la competencia de dimensiones como en las consecuencias de la pérdida del título, pues aunque sea muy fácil subirse al carro del triunfo, siempre hay más lugar en el de la derrota. Mientras escribo esto, la ciudad de Sautron se encamina irremediablemente hacia el olvido, su fama agoniza ante el trámite inminente que relegará su nombre al anonimato, y su rey, antaño soberbio en su trono inalcanzable, avizora en el horizonte un destino tan cruel como el de la esfera dorada que hiere el horizonte fantasmagórico de la feria mundial de Knoxville. En cualquier momento los sautronitas (no estoy seguro de que este sea el gentilicio, pero qué oportunidad perdida sería cualquier otro) recibirán un golpe al orgullo del que les será muy difícil recuperarse. Nadie anda por la vida alardeando de tener la segunda pieza de ajedrez más grande del mundo, las municipalidades no publicitan sus territorios con semejante dato oprobioso, las estrategias de seducción jamás pueden basarse en la calidad de derrotado, por cerca que nos encontremos de la cima.
Un día el rey se despertará solo y abandonado, la placa que lo identificaba como el más grande del mundo habrá sido retirada, en su lugar solo habrá una sombra que desde la ausencia hablará de un pasado mejor, de la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. Pocos días después alguien tallará en su madera una declaración de amor, luego otra persona inscribirá un insulto, otra ofrecerá servicios sexuales informando un número de teléfono, otra afirmará la superioridad de su equipo de fútbol sobre los demás, y al final el otrora gallardo rey no obtendrá más respeto que cualquier pared de un baño público que nunca vio ni de lejos las mieles del estrellato. Los sautronitas que no lo ultrajen elegirán ignorarlo, y jamás volverán a utilizar la remera con la leyenda “Sautron, hogar de la pieza de ajedrez más grande del mundo”, la cual terminará sus días haciendo las veces de trapo sucio, de tela para olvidar.
Una noche, cuando ya nadie lo vea, el rey de Sautron se marchará, dejando atrás una ciudad desagradecida y tan olvidada como él. Se irá de allí un casillero a la vez, como corresponde.