domingo, 8 de diciembre de 2024 02:08
El lenguaje musical es uno de los medios más puros y directos para incidir sobre el cerebro. Como ya apuntaba el genial pintor Vasili Kandinsky en su estudio De lo espiritual en el arte, la música alcanza el alma sin mediar decodificación alguna. Las notas pulsan nuestra conciencia actuando positivamente en ella.
Desde hace ya unos años, la musicoterapia está reglada, se imparten formaciones y másteres, mientras día a día, se confirman los efectos sanadores de la música, tanto en la psiquiatría como en la medicina general.
Bajar el latido cardiaco excesivo, actuar como sedante y paliativo o impedir el deterioro cognitivo son algunas de los efectos de la música en nosotros.
Una melodía musical puede llegar a reducir los niveles de cortisol en la sangre o potenciar la secreción de endorfinas. Para muchos ancianos o adultos, recuperar su historia musical sirve para reactivar circuitos que teníamos olvidados o inactivos.
Hay casos ilustres como el de Marta Cinta, primera bailarina del ballet de NY en los años sesenta. Estando inmóvil con Alzheimer en un geriátrico, cuando un terapeuta le hizo escuchar El lago de los cisnes, volvió a mover los brazos en su silla de ruedas, recordando toda la coreografía.
La música nos conecta con nuestros recuerdos, despierta los sentidos y limpia el cerebro para devolvernos a nuestra esencia. Hay algo mágico y ancestral en ella. El poder de la música parece no tener límites.
Daniel Levitin, neurocientífico y músico, en su libro El cerebro musical (RBA, 2019) propone seis clases de canciones como eje vertebral que ha dado forma a la naturaleza humana: las de amistad, las de alegría, las de consuelo, las de conocimiento, las de religión y las de amor.
Cada uno de nosotros puede pensar en las suyas.
La lista puede ser interminable y la clasificación cualquier otra, pero es incuestionable que la música nos ha hecho y forma parte de nosotros.
Como terapia un baño de música con piano instrumental puede abrir un espacio de sanación y hacer caer las barreras de la mente, al igual que un arpa puede ser sumamente sedante o reconfortante. En trabajos con niños y bebés, es conocida la capacidad del efecto Mozart, como estímulo para los beneficios cognitivos e inteligencia.
La música puede alegrarnos un día, desbloquear emociones enquistadas o elevarnos al mejor de los estados de ánimo.
Socialmente, mejora nuestras relaciones y nos agrupa. Individualmente, nos nutre, conectándonos con nuestras emociones y memoria personal. Pocas expresiones culturales han tenido tanta incidencia sobre nosotros.
La música no es solo una distracción o pasatiempo, sino un elemento básico de nuestra identidad como especie. Descubrir que nos sana, invita a seguir llenando nuestras vidas de buena música.
Alegre, nostálgica, reflexiva, luminosa… La vida puede ser bella cuando uno lleva la mirada atrás y la música ayuda a hacerlo.
Una canción puede generarnos toda clase de emociones, y resultar beneficiosa si la sabemos conducir en el momento adecuado.
El poder sanador del ritmo y la eternidad de la música en permanente cambio.