sábado, 16 de noviembre de 2024 01:43
Vamos a empezar leyendo un cuento del librito “Historias con nostalgia de tribuna”, que es un compilado de historias, cuentos, que se hizo organizado por la Liga Catamarqueña de Fútbol, allá por el año 2016 el primero, que es del autor de Hugo Elisabetta.
El primer cuento: “La gran pasión de mi existencia”. Recuerdo las escapadas para ir a la cancha de la liga. Sólo tenía 10 años y unos señores que hacían la fila para entrar nos dejaban pasar sin pagar por ser menores. Ya en la tribuna, mirando el verde campo de juegos, sentí una gran admiración y fascinación cuando aparecían los jugadores por el túnel mostrando los colores de sus equipos relucientes. Me llamaba mucho la atención. ¿Cómo brillaban los músculos? De sus piernas por el aceite de los de los masajes.
Era para mí una utopía pensar alguna vez que iba a entrar con botines lustrados y brillantes, y pisar aquel verde césped, escuchar las voces de la tribuna alentando y mover mis piernas hacia la gloria del gol. Pasaron 6 años aproximadamente y una tarde con mucho calor, cuando jugábamos a la pelota en una canchita de un baldío cerca de casa, un señor conocido, dirigente del club del barrio Juventud Unida de Santa Rosa me dijo “el martes próximo entrená, entrená la primera y quiero que integres el grupo para una prueba”. Dejé de jugar esa tarde, me temblaban las piernas y recuerdo no haber dormido por mucho tiempo. Mis compañeros de club me ayudaron desde el día que llegué para integrarme y para formar parte de ese gran equipo y cumplir mi anhelo.
Así, un día me encontré en el vestuario de la liga y el masajista del club preparaba mis piernas antes de que el sol iluminara mi cuerpo y que los tapones de mis botines nuevos se inyectaran en la tierra. Las voces del público alentaban a sus ídolos y también al niño que alguna vez entró de la mano de un desconocido para vivir esa pasión en esa cancha que fue su sueño.
Y justamente el autor es Hugo Elisabetta.
Homenaje por Tato Zurita:
Hablamos de quién fue el jugador más emblemático de la historia de Juventud Unida de Santa Rosa.
Un hombre que estuvo su infancia y toda su vida la desarrolló en el sector oeste, por decir en el sector oeste desde entonces, que se ubicaba desde la Alameda hasta los talleres de Vialidad Provincial. Había una canchita histórica que creo, por lo que me comentaron, se ubicaba en donde hoy es el Polideportivo 250 Viviendas. Ahí se desarrollaban los grandes partidos desde entonces.
Y que Elisabetta, como le digo, hizo toda su vida en su sector, ya que la escuela primaria la hizo en la escuela de Villa Cubas y toda su secundaria la hizo en la escuela industrial. En ese entonces la avenida Ocampo dividía a los villa cubanos para el sur y para el norte los de Juventud Unida. Después eso cambió cuando ya Juventud Unida consolidó su cancha camino a la gruta.
Y ya medio que perdió los fans que estaban más cerca de los barrios porque antes Juventud, el tema era las 250, las 150 y el Barrio Judicial, y no existía todavía el 920, entonces de ahí aparece Elisabetta, que jugó prácticamente 18 años en la primera división y debutó más o menos en el año 73 y finalizó en el año 90, más o menos cuando tenía ya problema de visual, si no hubiera jugado unos cuantos años más, porque físicamente era un fenómeno. Para darte una idea, desde los 18 años aproximados que jugó en primera, 9 años fue el goleador de Juventud y en cuatro torneos de la liga, fue el goleador de la liga.
Hugo figura entre los 48 mejores goleadores, máximos goleadores de la Liga Catamarqueña, fue un jugador increíble, a tal punto que una vez un diario de Catamarca titulaba “Hugo Elizabeth a pique, potencia y gol” y yo lo definiría que también “sacrificio” porque Hugo tenía un físico privilegiado con mucha potencia, es decir, que hacía unos contragolpes tremendos.
Tenía mucha potencia en sus piernas, y también sacrificio porque a veces cuando el equipo no le llegaba la pelota venía, volanteaba y la llevaba a la pelota él.
Es decir que era un jugador bastante completo, un jugador que hizo el máximo artillero de juventud con 99 goles que están registrados, porque en ese entonces, las planillas, no era tan fácil que llegue la prensa como llega ahora.
Un tipo muy querido, muy respetado, sus compañeros siempre lo recuerdan.
Me acuerdo que su última aparición deportiva la hizo cuando hicimos el homenaje a la Glorias de las décadas del 70 y a la generación del 70 y 80 en el estadio Bicentenario, que él se presentó a jugar y por supuesto era un hombre muy querido. Ya tenía problemas notables de vista, que jugó un rato como para cumplir, pero compartió todo ese homenaje.
Un hombre que era capaz de dar vuelta un partido.
Se inicia cuando Juventud estaba en la B, aparece junto con, por ejemplo, Carlos Rearte y, cuando aparece él, comienzan a aparecer grandes figuras de Juventud que hicieron historias: Jorge Rodríguez, Carlos Chacur, el Panza Farías, José Quiroga, después viene Perico Díaz, es decir, todos esos jugadores se inician jugando con la delantera, con Elisabetta, Quinteros y Navallo, Piquito Navallo, otro histórico de Juventud que jugó muchos años.
Entonces, era un jugador que lo llevó, digamos, desde que él se inició, lo llevó a ascender a Juventud y a ser protagonista de ese entonces.
Dos hijos que fueron deportistas, que son deportistas que se iniciaron con el vóley, porque te imaginás, todos son físicos realmente robustos.
Y después se consolidaron como del triatlón, duatlón, esas actividades que fueron protagonistas y además organizadores.
Así que si lo tenemos que definir a Hugo, le tenemos que decir que fue realmente un gran caballero del deporte.
Compartimos de Marcelita Elisabetta un cuento, que sacó el segundo premio, justamente, que se llamaba “Sangre de dragón”, también en homenaje a su padre.
Dicen que algunas especies crecen en lugares extraños, cuenta que la sangre de dragón es una de ellas, única, escasa, extraordinaria, sorprendente…
Con llagas de la Segunda Guerra Mundial, mi abuelo formó su familia en Argentina, escapando de Italia. Devastado por dentro y fuera llegó a esta lejana tierra catamarqueña. Trabajó levantando casas, más tarde levantando grandes obras con sus cálculos: puentes, monumentos, plazas. Ese fue mi abuelo, quien en su nobleza y deseo por formar una familia, quiso sellar el destino de sus hijos con salud, estudio y nada más.
Fue así que mi viejo, el hijo menor, con furia de sangre futbolera explotando en sus venas, se escapaba durante la siesta para jugar en la canchita de la esquina o para disfrutar de lejos algún partido de la Liga Catamarqueña de Fútbol. Acomodaba su ambicioso deseo de jugar con las palizas bien puestas que mi abuelo Franco le asestaba cada vez que lo descubría.
Pasados unos años, la misma necesidad, desesperación o el destino lo ubicaron sobre ese césped que tantas veces soñó pisar y tocar con sus manos antes de entrar. Sus piernas corrían como si fueran parte de ese campo de juego, fundidas con su corazón que gritaba “gol, gol, gol”, escuchando aquellas voces que a lo lejos parecían un murmullo, pero que en sus oídos eran un grito aturdidor.
Esas piernas y ese corazón lo transformaron en goleador en el club de sus amores, la famosa Juve, ese club que desde la avenida Mitre encendía tantas pasiones.
Y así, a medida que el tiempo pasó, su delirio por el fútbol se hizo parte de su vida, ya con nosotros cinco de por medio. Con mis hermanos gritábamos en las tribunas de la liga, con las manitos levantadas cada vez que su peso agigantado terminaba en gol.
Durante un partido del año 1979, Juventud buscaba la final del Petit Torneo frente a San Lorenzo. Mi viejo casi no había dormido la noche anterior, con los ojos puestos en el cielo entró a la cancha con todos sus compañeros ensordecidos por el aliento de las tribunas repletas. La locura de ese día jamás la olvidaría, se enfrentaban a su clásico rival. Cuando el silbato sonó comenzó la magia y su vehemencia se desplegó una vez más sobre la cancha de la Liga Catamarqueña como si fuera la última vez.
Reñidamente cada equipo buscaba esa ansiada clasificación y con un 4 a 2 Juventud se llevó la gloria que ese año los haría campeones del Petit Torneo. Con tres goles del “Ciego”, la Juve quedó en la historia y el último gol, cuando el número 9 “divino” corrió hacia la tribuna para festejar la perfección de ese instante, quedó trepado en el alambrado en una foto que inmortalizó su amor, en esa cancha que vio nacer su pasión y en la que nos apasionó a todos.
La enfermedad de sus ojos no le permitió seguir jugando, tuvo que dejar lo que más amaba. Como dije al principio, algunas especies solo crecen en sitios privilegiados, mi viejo es una de ellas y agradezco a Dios que su sangre corra por mis venas.