Es extraña, esta foto. Tiene un no sé qué de fantasía retrofuturista (¿ecos de Metrópolis, acaso de Brazil?) sin exhibir el mínimo rastro de tecnología de avanzada ni muchedumbres con el signo de la distopía en el rostro. Muy por el contrario, es una imagen de Lisboa, ciudad anclada en el pasado si las hay. “Mi sensibilidad de lo nuevo es angustiosa: tengo calma solo donde ya he estado”, escribió, por caso, Fernando Pessoa, uno de sus grandes embajadores. “Somos, por poco que lo queramos, siervos del tiempo y de sus colores y formas”, también apuntó en El libro del desasosiego. En sus palabras, una clave: en la tranquila Lisboa, dos tranvías a tan escasa distancia son algo así como un exceso. Salvo que respondan a las necesidades no tan sobrias del turismo masivo; ésa es la marca de época, el sello que grita presente y anuncia una inercia que demasiadas veces se confunde con el futuro.
Conforme a los criterios de