sábado, 23 noviembre, 2024
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Dani Rodrik: Si Donald Trump gana será malo para Estados Unidos y no veo cómo podría ser bueno para la Argentina

-En su libro ‘La paradoja de la globalización’ (2011) planteó un trilema: un gobierno no puede optar simultáneamente entre la hiperglobalización, la soberanía y la democracia; sólo está en condiciones de elegir dos de estos a la vez. El nacionalismo y el soberanismo se hicieron fuertes en países como Rusia, Turquía, China, la India y EE.UU. en estos años, mientras que la aprobación de la democracia retrocede y la globalización se frenó. ¿Ese trilema sigue siendo relevante hoy?

-Me temo que sí, el trilema funciona en varios países. ¿Cómo? Dónde los gobiernos ejercen un rechazo fuerte a la hiperglobalización. Déjeme, antes que nada, aclarar a qué me refiero con hiperglobalización porque en ese libro que usted cita, yo hablaba de la hiperglobalización después de los noventa, una globalización parecida a la del Patrón Oro antes de la Crisis del 30 cuando los gobiernos priorizaron su inserción en la economía mundial por encima de las demandas domésticas de sus ciudadanos. No era la globalización a la Bretton Woods que vendría más tarde, cuando los gobiernos decidieron priorizar las demandas domésticas por encima de lo que acontecía en la economía mundial tras la Segunda Guerra.

-¿Hoy los gobiernos rechazan esta última hiperglobalización, entonces?

-Exacto. Mire Estados Unidos y dése cuenta que no hay países quejándose de cómo Washington aumenta el proteccionismo, algo que empezó con las propuestas de Donald Trump al imponer tarifas a las importaciones chinas, pero continuó con la administración de Joe Biden de manera más tímida porque no puso énfasis en levantar tarifas o barreras, sino a través de políticas industriales, creando algo que yo llamo morfina igualitaria. Pero hoy Estados Unidos prioriza las demandas de su clase media y habla de una política exterior en función de ese segmento de la población como rechazo a la hiperglobalización en ese trilema que yo planteo.

«La estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para tener la casa en orden, pero no suficiente».

-¿El trilema no funciona también como rechazo a la democracia? Un gobierno elige abrirse al mundo, conservar su soberanía descuidando la calidad democrática…

-El rechazo a la hiperglobalización puede llevar al poder a personas como Donald Trump, pensará usted. Ciertamente alguien como Trump no prestigia a la democracia y eventualmente podría devaluarla. Pero no diría que eso pasa hoy en EE.UU. Creo que en Europa sí se ejerció un rechazo fuerte a la democracia porque la UE buscó globalizarse y la respuesta fue la de gobiernos más extremistas.

-¿Existe la deglobalización?

-No todavía. Quizá sea el desenlace de todos estos procesos que describo, pero hoy más bien estamos ante una recalibración de las prioridades de los políticos y gobiernos que deben elegir entre las demandas domésticas, ya sean sociales, económicas o ambientales en sus países, versus requerimientos que figuran para atraer inversiones globales o aumentar la participación de sus economías en el comercio internacional generando más empleo para sus ciudadanos. Durante dos o tres décadas la actitud de los gobiernos hacia la globalización fue “bueno, no podemos hacer nada”, “es una fuerza imparable”, “invirtamos en educación” y todo así. Hoy esa actitud cambió y los políticos hablan de cuidar a la clase media e invertir en educación aún cuando no haya un acuerdo o cooperación a nivel global entre países.

-¿Por qué muchas veces los beneficios del crecimiento en países de ingresos medios como la Argentina no derraman a todos los sectores?

-En algunos países del Este asiático y China los beneficios del crecimiento fueron la creación de una clase media. Pero su pregunta es pertinente porque no pasó así en todos los lugares. La respuesta creo es la misma para todos: todo depende si se genera una cantidad suficiente o no de puestos de trabajo para la clase media y que sean empleos de calidad. Una estrategia basada en el crecimiento del empleo industrial es una opción que amplía la clase media, pero no es sencillo de sostener un patrón así y, por una razón u otra, tanto en los países avanzados como en este tipo de economías, como la argentina, no se está logrando. En las naciones desarrolladas existe lo que se llama desindustrialización por el impacto de China y en países como Argentina se dan períodos de crecimiento basados en la explotación de recursos naturales y términos de intercambio favorables, que generan un aumento transitorio en el consumo pero no permanente en la oferta. Y esos momentos de bonanzas suelen cortarse, contrarrestarse, con la reversión de los flujos de capitales desatando una crisis de deuda para los gobiernos y su estabilidad como proceso político.

«El Partido Demócrata se ha vuelto cada vez más visto como el partido de las elites cuando hasta hace poco era el partido de la gente trabajadora»

-¿Cómo se corrige?

-Fortaleciendo los fundamentos productivos de la economía y de la clase media. Que los trabajadores más calificados no caigan en la informalidad porque eso genera inseguridad y ansiedad en las personas que encuentran en las expresiones populistas una solución a sus desdichas.

-Usted dijo que la mejor manera en que los países pueden aportar al bien común en términos de la economía “es poniendo su casa en orden primero”. La Argentina no la ha tenido durante años, me refiero a ‘la casa en orden’, y ahora la prioridad de Javier Milei es recuperar la estabilidad macroeconómica. ¿Qué opina? ¿es la prioridad correcta entonces según usted?

-La estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para tener la casa en orden, pero no suficiente. Puede haber estabilidad de precios pero la pobreza puede seguir siendo elevada y no haber crecimiento. Esto ha sucedido en muchos países. Pero sin estabilidad ni sostenibilidad macroeconómica no se pueden hacer inversiones, innovaciones y mejorar la calidad de vida. La prioridad hoy en la Argentina tiene que ser la desinflación porque sin eso nada de lo otro sucederá. Fíjese que la Argentina es un caso excepcional de economía cerrada.

«Una política comercial basada sólo en el proteccionismo no funcionará ni ayudará a nadie: ni en EE.UU. ni en el mundo».

-¿Y esto último es bueno o malo dados los desafíos de la globalización, gobiernos que enfrentan dilemas entre las demandas domésticas e internacionales a la vez, y una economía con fuertes distorsiones?

-Que la economía argentina sea tan cerrada es una consecuencia de sus crisis macroeconómicas. Hoy en día no sería deseable remover los controles que tiene de un momento a otro, ya sean barreras cambiarias o comerciales. Por algo Milei no lo hace. Las consecuencias de quitar el cepo sobre la inflación y el frente fiscal serían drásticas e irían en el sentido contrario a la desinflación. Sólo llegado a un punto en que la inflación y las expectativas se estabilicen se podrá quitar el cepo y pensar en eliminar trabas al comercio de manera relevante.

-¿Qué significan más tarifas al comercio para la economía mundial como promete Donald Trump? ¿Mas inflación?

-No necesariamente. Siempre es posible volver a los años 30 si las tarifas son indiscriminadas y muy elevadas. Pero hemos tenido períodos de crecimiento alto en la economía mundial con un nivel de protección comercial elevado. Es verdad que una agenda de librecomercio puede generar una reacción política adversa como la que representa Trump, más proteccionista, pero no debería preocuparnos si esto de Trump es parte de una estrategia para que la economía de EE.UU. mejore su desempeño y funcione de forma más cohesionada en lo social. El problema de lo de Trump es que las tarifas son su principal y única política económica. Esa es mi crítica. No hay un plan. Y si sólo sube las tarifas enriquecerá a algunas empresas y las personas tendrán que pagar más impuestos. Una política comercial basada sólo en el proteccionismo no funcionará ni ayudará a nadie: ni en EE.UU. ni en el mundo.

-Muchos en la Argentina aseveran que a nuestro país le convendría un triunfo de Trump porque simpatiza con Milei y el apoyo en el FMI para…

-(Interrumpe) Si gana Trump será malo para Estados Unidos. Y no veo cómo podría eso ayudar a la Argentina…

-¿No tiene sentido común cuando Trump le dice a Tim Cook, CEO de Apple, “produzcan en EE.UU. sus teléfonos, dejen de llevar su producción a Asia”?

-Sí. Y atractivo además. En cierto punto Biden dijo lo mismo. El problema es que eso no va a suceder porque lo quiera Trump. La industria nunca más empleará grandes segmentos de la población, ni siquiera en China. En el mundo y en el capitalismo hubo un cambio en la tecnología que consistió en no crear muchos puestos de trabajo para fabricar una unidad de bien o servicio. En EE.UU. la industria emplea el 8% de la fuerza total.

-¿Y qué opina del argumento de que las personas que dejan de trabajar en una línea de ensamblado consiguen un empleo en el sector de servicios y entonces el impacto neto sobre la economía es neutro?

-Probablemente el efecto promedio de la hiperglobalización en los trabajadores estadounidenses haya sido positivo. Y los trabajadores muy calificados hasta se beneficiaron. También, las ciudades con alta concentración en la producción de servicios financieros o exportación de servicios. ¿Pero qué pasó en los enclaves donde había fábricas o trabajos relacionados con industrias? Se han visto afectados con este declive y se sintió en la clase media. Aún cuando todas estas personas que tenían un trabajo, consigan otro y los economistas les digan “bueno, si no estás en una industria te movés a otra” o “es cuestión de mudarse de ciudad y conseguir otro empleo”, todo eso generó efectos, por ejemplo, muchos no consiguieron un trabajo de igual salario. El mercado de trabajo se polarizó en muchos países por la globalización y hoy vemos dos segmentos: en uno vive un conjunto de personas calificadas integradas a la economía mundial, que produce de manera eficiente bienes y servicios a precios de mercado. Y en otro, como el Rust Belt de Estados Unidos, personas que nunca pudieron compensar las pérdidas sufridas por la globalización, allí albergan sectores sociales descontentos con su trabajo actual, su día a día, y que hoy apoyan a Trump. Nadie se ocupó de ellos.

«En algunos países del Este asiático y China los beneficios del crecimiento fueron la creación de una clase media. Pero eso no ocurrió en otras partes».

-¿Hasta qué punto todo esto explica la baja credibilidad en las instituciones, desde la democracia al periodismo en EE.UU.?

-Muchísimo. El Partido Demócrata se ha vuelto cada vez más visto como el partido de las elites cuando hasta hace poco era el partido de la gente trabajadora y ahora esas elites son percibidas por la clase media como tipos que ya no les prestan atención. En el Brexit los británicos vieron que no tenían control sobre las decisiones de sus vidas y que su día a día dependía más de Bruselas que de Westminster. El sentido de la pérdida del control, de la voz, de la dignidad en el trabajo y el rol de cada uno en la sociedad, no fueron tenidos en cuenta por estas elites. Y cuando estos intelectuales o políticos les hablaban, les daban respuestas del tipo “estudiá otra cosa”, “mudáte”, “capacitáte”. Se creó una grieta entre los partidos progresistas y las clases trabajadoras.

¿Quiénes fallaron: los economistas o los políticos?

Dani Rodrik pasó por Buenos Aires días atrás. Fue invitado a hablar en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA donde recibió el título de doctor Honoris Causa a su trayectoria y aportes académicos. Se trata de uno de los principales economistas divulgadores sobre temas de desarrollo económico y comercio internacional a nivel mundial. Profesor de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard, es columnista habitual en medios globales sobre las experiencias de crecimiento en distintos países y también autor de varios libros en los últimos años. Conversó con Clarín en la sede del thint tank MAD.

Uno de ellos, Straight talk on trade (2017), consiste en un relato acerca de por qué la globalización se haya en retirada de las agendas de los principales líderes cuando unos años atrás parecía todo lo contrario. Es una tesis que Rodrik sostiene al día de hoy (ver más aparte) y que, según él, explica las reacciones de las clases medidas y las promesas de líderes políticos en campaña como respuesta a esos reclamos.

-¿Qué pasó con esa Tierra Prometida que era la integración mundial, la prosperidad que llegaría de la mano de acceder a productos baratos de todo el mundo a cambio de vender lo que uno sabe producir? ¿Quienes fallaron: los economistas o los políticos por no atender las secuelas de esa globalización que dejó a muchos en el camino?

-Los economistas tienen algo de culpa. Promocionaron la hiperglobalización aunque se justifican que siempre advirtieron que se iba a tener que compensar a aquellos dejados de lado en el mercado laboral y fueron los políticos quienes no tomaron en cuenta los recaudos. Pero si le pregunta a los políticos le dirán que los economistas les habían prometido beneficios para todos y eso no ocurrió. Creo que en este juego de echarse la culpa unos y otros, lo que se pierde es que aún cuando se hubieran atendido las consecuencias de la globalización, el problema de raíz seguiría estando ahí: las personas no quieren plata o una compensación por perder su trabajo sino conservar su dignidad cuando se pierde un buen trabajo de calidad. En EE.UU. vemos impactos en las tasas de suicidio, divorcios, adicciones y pérdida de confianza en la democracia.

En los últimos años Rodrik cargó duro contra los voceros del librecomercio que aseguraron que las personas se verían beneficiadas por la mayor integración comercial y nada de eso ocurrió. Para el economista nacido en Turquía, la clave para el crecimiento económico no pasa por pensar cómo integrarse al mundo sino invertir en los factores que empujan el crecimiento de: la educación, las instituciones y la productividad. Pero ninguno de ellos se desarrolla rápidamente que sino lleva años y tal vez décadas, dice Rodrik. ¿Las clases medias y los políticos tendrán paciencia?

Al toque

Una película: Whiplash.

Una serie: Slow horses.

Un libro: cualquiera de John le Carré.

Una persona que admira: John Maynard Keynes.

Una bebida: Malbec argentino.

Una comida: cualquier kebab en Turquía.

Un líder: Franklin D. Roosevelt.

Proyecto: La reconstrucción de una agenda progresista.

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