domingo, 24 noviembre, 2024
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Masters 1000 de Madrid: Mariano Navone nunca se da por vencido, tiene hambre de gloria y puso en jaque a Holger Rune

Mariano Navone camina en puntas de pie sobre las nubes. La verdad, lo merece: es un optimista del tenis. Caído, derrumbado, sin fuerza en su drive, casi largó todo algunos años atrás. Sin embargo, tiene algo que no se consigue por ahí: mentalidad ganadora. Cuando se cae, se levanta. Cuando parece todo perdido, se agiganta.

Corre, mete, lucha, como un gladiador en el cuadrilátero, contra adversarios superiores, que en condiciones habituales deben derribarlo con un par de manotazos. El joven de 9 de Julio, de 23 años, es un caso de estudio; siempre tiene una mano más. Pierde y, sin embargo, es el hombre de la jornada en el Masters 1000 de Madrid. Lo quieren todos: los de afuera, porque lo aplauden hasta cuando trastabilla; los de adentro, porque saben que es uno de los buenos, con el impulso conmovedor de los que menos tienen.

Recursos deportivos (el revés, ese golpe suyo sí pertenece al primer mundo), recursos económicos… pocos, verdaderamente. Navone juega por la camiseta. Capaz de estar 1-5 en el tercer set frente a una estrella de 20 años, Holger Rune, número 4 en agosto de 2023, y frustrarle un match point con una definición de antología. Tan cerca, tan lejos: si de algo sirve esta clase de derrotas, es que confirma que éste es el camino. Roland Garros presiente que el argentino, una de las revelaciones de la temporada, puede ser uno de los tenistas que rompan el molde. Mariano era un especialista en challengers y, de pronto, juega en el nivel ATP (todo durante este mismo año) con la soltura de los expertos.

Actual 41º en el ranking, jugó el partido de su vida frente al danés Rune, hoy 12º, al que puso contra las cuerdas en la segunda etapa del Madrid Open. Cayó de pie, por 5-7, 7-6 (7-2) y 6-4. Desconocido hace cuatro meses, nomás, está en la misma línea que Francisco Cerúndolo, Sebastián Báez y Tomás Martín Etcheverry, como parte del grupo de joyas más recientes del tenis argentino, que con poco dinero y limitado apoyo se mezclan entre los grandes protagonistas del circuito.

Mariano Navone se toma la cabeza por la posibilidad perdidaQuality Sport Images – Getty Images Europe

Alcanzó las finales de Río de Janeiro y Bucarest en esta mágica temporada. Y este viernes, en la capital española, estuvo a un paso de lograr la segunda victoria en un Masters 1000, luego del debut triunfal contra el australiano Alexei Popyrin (46º).

Sacó para ganar en el segundo set, pero cometió dos dobles faltas, por esas cosas de la vida. Cuando se está cerca del cielo, nunca hay que mirar hacia abajo. No supo cómo. Más tarde, al igual que en ese game potencialmente definitorio, perdió el tie break, con cierta holgura. Cuando estuvo 1-5 en el tercero, corrió, peleó, no tiró el partido, como sí ocurre tantas veces cuando la derrota toca la puerta con cierta insistencia. Y casi lo dio vuelta.

Al punto decisivo del primer parcial lo resolvió con un espectacular globo. En el cierre, aun contra las cuerdas, tiró magia. Se ríe, levanta la cabeza, genera con la gente (en Río, Bucarest o Madrid, lo mismo da) una conexión que pocos jugadores consiguen… a lo largo de su carrera. Siente Navone esa adrenalina popular.

Luego de acceder a la final en la Cidade Maravilhosa (la perdió contra Sebastián Báez), alimentó un vertiginoso rendimiento que le permitió rápidamente ascender puestos en el ranking. Navone está viviendo sus primeras experiencias en el nivel de ATP fuera de América del Sur, con la mano caliente.

En la ciudad brasileña dio el gran salto de calidad, en febrero pasado. Luego de ese impacto frenó la máquina, desgastada en lo físico y lo mental, y prefirió evitar los Masters 1000 de Indian Wells y Miami. Dueño de cinco trofeos en challengers, el pupilo de Andrés Dellatorre sigue a la altura. Y con una sonrisa.

La Navoneta –sobrenombre surgido del juego de palabras inspirado en el de la Scaloneta, el apodo del seleccionado argentino de fútbol campeón del mundo en Qatar 2022– alcanzó una velocidad desconocida. Disfruta de un momento radiante, glorioso. Antes del torneo de Río de Janeiro nunca había ganado un partido del nivel ATP (balance de 0-2 hasta entonces). Sin embargo, en el terreno carioca se convirtió en el undécimo jugador en superar la clasificación y llegar a una final de ATP 500, categoría creada en 2009.

Ése fue el clic en su cabeza. Lo que acaba de conseguir, aun en la derrota, es el clic de su carrera. Lo sabrá, ya, a esta altura: nada lo detiene. Una ovación marcó su despedida. Se tocó el corazón y levantó la mano, extendida, cada día más alta.

LA NACION

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