viernes, 31 de octubre de 2025 01:39
Numerosos analistas e incluso dirigentes políticos y candidatos, en la misma noche del último domingo, apenas concluidas las elecciones legislativas, empezaron a hablar del 2027, próximo y decisivo paso democrático para la vida institucional del país. El propio presidente Javier Milei lo hizo, entusiasmado por su triunfo: “Yo estoy acá por cuatro años, podría llegar a estar por ocho”. También Mauricio Macri, en su tira y afloje permanente con los libertarios, anunció que “el PRO tendrá candidato propio en 2027”. Y peronistas como Axel Kicillof anticiparon que ya están trabajando “en construir una alternativa de cara a 2027”.
El título es metafórico, naturalmente todos están pensando en la próxima elección ejecutiva, mucho más relevante que la última porque se definirán intendentes, gobernadores y presidente. La referencia a no hacer planes se vincula con la inutilidad de intentar proyectar números o escenarios actuales hacia esa elección, porque en un país como Argentina, dos años es una vida entera, un trayecto imposible de calcular, cuando las variables que inciden en la valoración de personas y partidos se alteran constantemente. La volatilidad extrema de la política criolla, la inestabilidad económica y el cambiante humor social llevan a que entre la gloria y el infierno haya una distancia de milímetros, resuelta por razones que en el transcurso de 24 meses puede modificarse centenares de veces. Lo sucedido en Buenos Aires entre septiembre y octubre lo prueba sobradamente.
Lo puede decir el propio Macri, que en las intermedias de 2017 arrasó con una cantidad de votos muy superior a la que lo había llevado a Casa Rosada en 2015, y en 2019 se convirtió en el primer y único presidente de la historia derrotado a la hora de buscar su primera reelección. Desde el regreso de la democracia, abundan los ejemplos de fenómenos electorales que barrieron con caudales impensados de votos y al siguiente test desaparecieron, como Elisa Carrió, Graciela Fernández Meijide, Ricardo López Murphy, Francisco De Narváez y tantos otros protagonistas de éxitos efímeros. Casi siempre son casos impulsados desde el área metropolitana de Buenos Aires, electorado con baja dependencia estatal y por eso menos previsible, por ejemplo, que las provincias norteñas, donde el oficialismo siempre pisa más fuerte. Pero el conjunto de la sociedad es imprevisible, como que se hartó tras una década de menemismo y apoyó masivamente a la Alianza liderada por Fernando De la Rúa. Cuando ese proyecto implosionó y se volvió a votar tras el escándalo de los cinco presidentes en una semana, el más votado volvió a ser Carlos Menem. La misma Cristina, vapuleada tras 12 años de mandatos kirchneristas, volvió a integrar la fórmula ganadora en 2019. En resumen, no se pueden hacer vaticinios a largo plazo porque los castigos de las urnas pueden esfumarse rápido de la memoria colectiva. Y los premios también.
El Esquiú.com
