lunes, 1 de septiembre de 2025 01:29
En estos tiempos de sobreanálisis de datos, con segmentaciones, algoritmos, redes sociales y manipulaciones varias, el comportamiento de la sociedad -bien podría decirse del electorado- sigue teniendo matices imposibles de vaticinar. Así, un Javier Milei que transitó ileso por el tramo más cruel de su itinerario presidencial, vino a tropezar de la manera más inesperada. Insultó a medio mundo, desde gobernadores a legisladores, apaleó a jubilados, paralizó la obra pública, ejecutó miles de despidos entre burlas y festejos, atacó a artistas, a la causa Malvinas, a las universidades y sin embargo su imagen positiva se mantuvo inalterable. Nada parecía afectarlo, hasta que la voz de uno de sus amigos, una de las personas que más veces lo visitó oficialmente y de yapa su abogado, hizo que se derrumbara esa invulnerabilidad aparente.
La historia tiene esos caprichos, que en todo caso se pueden explicar después, pero nadie acierta a vaticinar. Allí estaba Alberto Fernández, gran capitán en el inicio de la pandemia, con niveles récords de aprobación, hasta que una insípida foto del cumpleaños de su esposa lo catapultó al infierno. Puede pasar. A veces el hilo se corta por lo más delgado y a veces se corta por donde nadie espera. Se sabe, el propio Al Capone asesinó, extorsionó, secuestró… pero fue a caer por evasión de impuestos, un delito irrisorio a la par de sus otras fechorías. El propio Gobierno, que sepulta al país en un océano de deudas y activa la bicicleta financiera para regocijo de un grupito de amigos, viene a descubrir que su kriptonita es una coima sugerida desde adentro de Casa Rosada, insignificante al lado de los millones de dólares que se esfuman por otras vías.
Esto puede obedecer a que resulta más fácil entender el sencillo mecanismo del “tres por ciento” que los enmarañados esquemas de la fuga de capitales y el suicidio financiero de la toma de préstamos que pagarán generaciones de argentinos, mientras sus artífices disfrutarán la fortuna acumulada. El Gobierno libertario comparte ese desconcierto y lo ha expresado en los últimos días, con palabras y con sus silencios. No termina de entender lo que sucede, ni sabe cómo tomar por las astas a ese toro del escarnio público que nunca lo había rozado. Queda, sin embargo, un trecho por recorrer, para descubrir si el evidente descontento social se refleja en las urnas. No hay garantías que de suceda, máxime teniendo en cuenta que los niveles de participación-abstención son una incógnita. Por lo pronto, el Gobierno abrió el paraguas. Pasó de anunciar que arrasaría al advertir un posible fraude, esa muletilla que siempre está a mano cuando se pierde. Pero la verdad se conocerá cuando el pueblo vote. Ese pueblo que, pese a tantos análisis, sigue manteniendo un perfil imprevisible.
El Esquiú.com