domingo, 17 agosto, 2025
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San Martín: el hombre que caminó con los que soñaban libertad

En cada acto cívico, José de San Martín surge entre himnos y mármol, pero tras la imagen impoluta del prócer y del estratega militar se vislumbra un hombre que caminó entre temblores de su tiempo. San Martín no fue solo un guerrero; fue un soñador político, un constructor de futuro que extendió su mirada más allá de las batallas, imaginando una nación y un continente libre.

Su formación en España, iniciada a los once años, lo colocó en el corazón palpitante de la Europa napoleónica, donde las ideas revolucionarias corrían como ríos desbordados. Tulio Halperín Donghi recuerda que su experiencia militar fue intensa y diversa, cruzando frentes y enfrentando conflictos que templaron su conciencia. Marcela Ternavasio lo describe como un “hombre de Estado en armas”, un estratega que comprendía que el poder no se mide solo en victorias, sino en la capacidad de guiar pueblos hacia la libertad en medio del derrumbe de imperios.

Su regreso a América en 1812 no fue un regreso físico, sino un retorno político, un acto de fe en el destino de los pueblos. Se encontró con facciones enfrentadas, tensiones internas y una élite que no quería ceder privilegios. Comprendió que la independencia no podía ser botín de unos pocos: debía ser un proyecto continental. Cada territorio liberado era insuficiente; la verdadera libertad exigía una red de repúblicas solidarias, capaces de resistir imperios y egoísmos locales. El Cruce de los Andes, más que un gesto de arrojo, fue una jugada estratégica con mirada de continente: asegurar la independencia de Chile y Perú para que las nuevas repúblicas pudieran respirar.

Pero esa gesta no se escribió con soldados de élite. San Martín supo que la libertad necesitaba del pueblo. Formó un ejército plural, hecho de afrodescendientes, gauchos, mestizos y campesinos. Gabriel Di Meglio destaca que no dudó en exigir a los ricos que aportaran recursos, convencido de que la patria no podía levantarse sobre los hombros de los pobres. Organizó responsabilidades y recursos, demostrando que la independencia se sostiene con participación colectiva. Cada victoria militar fue también un triunfo social; la libertad fue cosecha de quienes la trabajaron con sus propias manos.

Su compromiso trascendió la guerra. Como gobernador de Mendoza, promovió la educación popular, fundó bibliotecas y creó el primer sistema de asistencia para veteranos e inválidos de guerra. La justicia social no era un lema, sino principio. Esa visión se transparenta en las “Máximas” que escribió a su hija Merceditas: ser “caritativa con los pobres”, respetuosa con los demás, amar la verdad, la honradez, la naturaleza y la patria. Consejos sencillos, eternos, que revelan un San Martín que soñó una sociedad donde la libertad y la virtud se construyen en conjunto, en comunidad.

Asimismo su mirada continental lo convirtió en un “revolucionario incómodo”. Cuando su presencia amenazaba con obstaculizar la causa, se retiró. El autoexilio no fue derrota, sino estrategia: renunció a protagonismos personales para proteger la unidad de los pueblos emancipados. Su historia enseña que la política del poder debe subordinarse a la estabilidad y a las causas nobles que arden en la voz de los pueblos.

Reducirlo a estatua es encerrarlo en silencio, congelar su historia y su pensamiento. Recuperar a San Martín es verlo humano: contradictorio, comprometido, caminando. Estratega de la guerra y de la sociedad, eligió la acción sobre la retórica, la justicia sobre el privilegio. Su legado murmura entre los vientos de la historia: la libertad se teje colectivamente, con manos de hombres y mujeres que la soñaron y la hicieron posible.

Mirarlo así es comprender que la independencia no cayó del cielo, sino que nació del esfuerzo compartido, del sudor y la esperanza, de decisiones tomadas con riesgo y coraje. No hay San Martín sin el pueblo; no hay gesta sin comunidad; no hay libertad sin principios que sostengan la vida de todos. Dos siglos después, su figura sigue llamando a la acción, un eco que recorre los días, recordando que la emancipación se sostiene con participación y solidaridad.

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