Mgter. VÍCTOR RUSSO
Algunas personas, generalmente jóvenes, registran a lo folclórico como signos del pasado que sólo interesan a los mayores y perdieron vigencia. Este generalizado equívoco obedece a la desinformación y, fundamentalmente, a la escasa o nula presencia de temas inherentes al “saber del pueblo” en los planes de estudio de la educación primaria y secundaria que -pese a lo que se declama- aún no incluye la asignatura Folclore como obligatoria en el aula. Esta carencia no compete a docentes y alumnos; sino a tecnócratas que no les interesa el tema, no legislan al respecto o se resisten a reflotar lo archivado. Con este proceder, condenan a las nuevas generaciones a ignorar lo primigenio, lo nuestro y, con ello, posibilitan la generación de un ambiente similar al Macondo de García Márquez; donde varias generaciones que viven del pasado, se aferran a una esquiva utopía que se aleja, cada vez más, en la afanosa búsqueda de identidad.
A Dios gracias, aún existen cultores y difusores del folclore como Álvaro Caro, autor de este actual y valioso libro: “Memoria Folclórica Santamariana,” que muestra (luego de una vasta tarea de investigación) que el “folclore musical” catamarqueño nace, curiosamente, en el terruño que lo vio nacer: el departamento Santa María, provincia de Catamarca, República Argentina; lugar donde se registran los primeros temas musicales nativos, fruto de la inspiración de los hermanos Carlos Quintino y Manuel Acosta Villafañe: fundadores del reconocido “Dúo Calchaquí” que, desde los albores del S. XX y – luego de mucho andar- viajaron a Buenos Aires para instalar y popularizar variadas canciones de su autoría que cantan a Catamarca. Entre otras, se menciona: “Adiós Catamarca adiós” “Amor viejo vale más” “Noches de Catamarca” “Tun Tun” “Vidala del Culampajá” “La flor del cardón”; las que se convirtieron en temas predilectos, al merecer elogios de la crítica y la permanente difusión realizada en emisoras radiales y por numerosos conjuntos folclóricos, que las incorporaron a su repertorio como una novedad.
Destaco el término “musical” porque, en esencia, el término folclore abraza a todas las expresiones tradicionales: cuentos, costumbres, leyendas, mitos, dichos, refranes, coplas, payadas, creencias, supersticiones, etc., que aún laten en la memoria colectiva y que -al trasladarse generacionalmente- sobreviven acurrucadas en recónditos lugares del interior provincial; para luego convertirse en signos identitarios (como la tonada) que diferencia -en la oralidad- el modo de decir entre poblaciones vecinas.
Álvaro Caro incluye también, entre los iniciadores del folclore,” a Margarita Palacios, cantautora santamariana que, junto a su hijo “Kelo”, compusieron temas emblemáticos, como la cueca “Recuerdo de mis valles,” que exalta la belleza de la mujer y el colorido paisaje de santamariano; y destaca -entre sus notables creaciones- “Al compás de tu mentira” (zamba que se empleó como cortina musical en la película homónima) y enriqueció los comienzos del cine argentino. Luego ese cine inmortalizó su figura en películas como “Pampa Bárbara”, “Cerro Guanaco” y “Con gusto a rabia”. Estos significativos hechos, motivaron a Polo Giménez asignar a Margarita el apelativo de “La hermosa flor de Catamarca”. Y estamos hablando, nada menos, que del autor de “Paisaje de Catamarca”, la hermosa e inmortal zamba que nos identifica y recorre todos los festivales, peñas y lugares donde se pulsa una guitarra.
Esta encomiable Memoria -que consta de 183 páginas- registra a todos los solistas, dúos, conjuntos instrumentales y de danzas como “El Guardamonte” (al cual dedica un espacio preferencial en su trabajo) que, durante años, dedicaron el arte y amor por su tierra, ilustrada fotográficamente y con coplas con dedicatoria a sus integrantes.
También rinde culto a la participación de la mujer coplera, tanto en el canto, como en el donaire de su danzar, a las que homenajea con decires personalizados. Hace un racconto y menciona a todas las bellas jóvenes ganadoras del “Festival de la Reina del Yokavil”. Exalta la participación de conjuntos nativos locales, en las distintas ediciones de esta magnífica fiesta popular y pone en valor el significativo aporte de las nuevas generaciones, que toman la posta al iniciarse en esta noble actividad cultural. Menciona a todas las academias de danzas nativas, que brillaron en diversos escenarios, con creaciones autóctonas como: “Taba, Tirana y Zuri”. Habla de los artesanos e instrumentistas locales; agrega recuerdos, anécdotas y reproduce letras de bellas canciones compuestas, por diferentes autores, que honran al departamento y a sus variados distritos.
Todo esto y mucho más, legitima poder decir que Álvaro Ricardo Caro consagró su vida al estudio y difusión del folclore santamariano. Su vasta trayectoria literaria y los galardones obtenidos así lo ameritan; en particular, esta valiosa “Memoria” documental que merece ser reconocida debidamente y ocupar un lugar preferencial en los anaqueles de las bibliotecas de todas las escuelas de la provincia; a fin de nutrir y consolidar, en docentes y alumnos, el auténtico sentido del federalismo y de pertenencia local, lamentablemente, de ello sólo se habla en actos oficiales con términos declamatorios y expresiones de deseo, que nunca se materializan.
Álvaro Caro, con esta significativa y notable obra, señala el camino a seguir. Y, hasta me animaría a decir -parafraseando a Pablo Neruda- que “Confiesa que ha vivido”.