domingo, 20 de julio de 2025 10:35
Cada 20 de julio, la Argentina celebra uno de sus días más queridos: una fecha para reencontrarse, recordar y agradecer a quienes caminan a nuestro lado.
En un mundo cada vez más acelerado, la amistad se transforma en un refugio, en ese lazo silencioso y poderoso que no necesita estar todos los días, pero está siempre cuando más lo necesitamos. Cada 20 de julio, Argentina detiene su marcha por un instante para rendirle homenaje a esos vínculos que no son de sangre, pero muchas veces lo son del alma.
El Día del Amigo se convirtió en mucho más que una tradición, es el recordatorio anual de que no estamos solos. Es el mensaje de WhatsApp que llega de madrugada, el abrazo que rompe años de distancia, el regalo hecho con amor o simplemente una mirada cómplice que no necesita palabras.
Pero, ¿cómo nació este día tan especial? La respuesta está escrita en una historia que parece sacada de una película. En 1969, mientras millones en el planeta miraban boquiabiertos la llegada del hombre a la Luna, un argentino veía algo más…una oportunidad de unión para toda la humanidad.
Enrique Ernesto Febbraro, odontólogo y profesor de psicología, decidió tomar aquel hito como un símbolo de fraternidad universal. Envió miles de cartas a distintos países proponiendo instaurar el 20 de julio como el Día del Amigo. Su mensaje era tan simple como poderoso: “La llegada a la Luna es un gesto de amistad de la humanidad hacia el universo”.
Y su propuesta prendió. Con el tiempo, la idea cruzó fronteras y hoy la fecha también se celebra en Brasil, Uruguay, Chile, Bolivia, Paraguay y España, entre otros países.
Cada 20 de julio, las mesas se llenan de risas, recuerdos y abrazos. Es la excusa perfecta para volver a ver a ese amigo de la infancia, organizar una cena con los compañeros de la facultad o simplemente escribirle a alguien con quien hace tiempo no hablábamos, pero seguimos queriendo igual.
En este Día del Amigo, más allá de los regalos, los brindis o las fotos en redes sociales, celebremos la verdadera esencia de ese vínculo que nos sostiene en silencio, nos levanta sin juzgar y nos recuerda que la vida, compartida, siempre es mejor.