domingo, 13 julio, 2025
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Donde no llega la ley: socorristas en Catamarca acompañan decisiones

El teléfono vibra un domingo a la tarde. Inti está en su casa, sola, corrigiendo apuntes para una materia de la facu. Escribe con una mano y con la otra contesta el mensaje: “Hola, necesito saber cómo se hace… estoy de pocas semanas”. No es la primera ni será la última. En Catamarca, donde el aborto legal todavía es un derecho con obstáculos, hay quienes se organizan para que nadie lo atraviese en soledad.

Inti, Cris y Vicky integran Socorristas en Red, una colectiva transfeminista que acompaña interrupciones voluntarias del embarazo desde antes de que la ley fuera ley. Lo hacen desde el afecto y la confianza, sin recetas, sin dogmas, sin cobros, sin medicación: ellas no dan pastillas ni las consiguen. Acompañan con información basada en evidencia científica y con algo más difícil de encontrar: tiempo, empatía y escucha.

“No es que ayudamos, es que tejemos red. Lo que hacemos es estar”, dice Cris.

Entre la ley y la realidad

Aunque desde 2020 el aborto es legal hasta la semana 14, muchas personas no logran acceder al sistema de salud sin trabas. Hay objeción de conciencia, desinformación, malos tratos y silencios. A veces ni siquiera saben que tienen derecho a decidir.

“Hay lugares donde la ley no llega. Profesionales que todavía obstaculizan. Gente que cree que está prohibido”, cuenta Vicky.

Ahí entra el socorrismo. El primer contacto puede ser un mensaje de Instagram, un llamado, un “me pasaron tu número”. A partir de ahí, arranca el acompañamiento. Se organiza una entrevista y, si es posible, un taller grupal. Se explica cómo es el procedimiento con Misoprostol y Mifepristona, cómo cuidarse, qué esperar. Se desmontan miedos. No se juzga.

De lo individual a lo colectivo

“Abortar en la casa, a solas, sin saber qué va a pasar, es muy duro. Por eso armamos estos espacios. Porque cuando lo compartís con otras, deja de ser algo que te pasa sola”, dice Inti.

Los talleres, que pueden ser presenciales o virtuales, son el corazón del acompañamiento. A veces se hacen en centros culturales como La Dorila; otras, en una cocina, una sala, una habitación con buena conexión. Ahí se habla, se pregunta, se escucha. También se llora.

Acompañar más allá del aborto

La red no se corta cuando termina el procedimiento. Las preguntas siguen. ¿Estás bien? ¿Querés hablar? ¿Qué sigue ahora? “Nosotras no miramos solo el cuerpo gestante. Miramos a la persona entera. Su historia, su contexto, su después”, explica Cris.

Cada una pone lo que puede: tiempo, datos, dinero para imprimir guías, cargar el celu, pagar el viaje al taller. No hay subsidios ni proyectos. Hay compromiso. Y una convicción.

Lo hacemos porque alguien tiene que hacerlo”, dice Vicky, que además de activista, es mamá.

Una práctica con historia

Vicky lo supo por su papá: su abuela era la “abortera” del barrio. Lo hacía con plantas, con saberes transmitidos entre mujeres, en la sombra. “Ahí entendí que lo que hago hoy no viene solo de mí. Viene de las viejas. Hay que honrar eso”, dice.

Hoy, esos saberes ancestrales se cruzan con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud. Pero la raíz es la misma: cuidar, no juzgar, estar.

Lo que se ve, no se olvida

Mostrar la cara en una provincia donde todos se conocen también es una decisión política. Durante años, muchas de ellas actuaban en el anonimato por miedo a denuncias. Hoy, con ley, el riesgo sigue, pero también las ganas de transformar.

“Lo que no se ve, no existe. Pero lo que ya fue visto, no puede volver a ocultarse”, dice Inti, desde una plaza de su barrio.

Ellas eligieron mostrarse. Ser el rostro visible de un derecho que todavía se susurra. Y en esa visibilidad, construyen algo más grande: una forma de estar juntas donde antes había silencio.

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