domingo, 29 junio, 2025
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Kenia. Un reflejo del potencial revolucionario y el estancamiento político

El 25 de junio de 2025, Kenia presenció una jornada de importantes protestas en varias ciudades, conmemorando el primer aniversario de las históricas manifestaciones antigubernamentales que sacudieron al país en 2024. Aquellas protestas, desatadas por las dificultades económicas, la corrupción gubernamental y la violencia policial, culminaron con el asalto al Parlamento, que dejó al menos 60 muertos. Un año después, los kenianos volvimos a salir a las calles y la respuesta del Estado fue, como era previsible, el uso de la fuerza, la represión y el silenciamiento de la disidencia. Sin embargo, la importancia de estas protestas no solo reside en su recurrencia, sino también en que exponen las condiciones subyacentes que pueden impulsar un movimiento revolucionario en el país. No obstante, el levantamiento masivo es aún desarticulado y desorganizado, lo que frena el potencial de un cambio real por la ausencia de una dirección revolucionaria clara.

Protestas y represión estatal

Las protestas fueron una poderosa expresión de la frustración pública. Al igual que en 2024, los manifestantes salieron a las calles exigiendo justicia, rendición de cuentas y el fin de las políticas económicas que han disparado el coste de la vida, haciendo la vida insoportable para la mayoría de los kenianos. En esta ocasión, la muerte de Albert Ojwang, un bloguero que falleció bajo custodia policial, provocó una renovada indignación contra la policía, conocida hace mucho como un instrumento del poder de la élite gobernante. En Nairobi, barricadas policiales y alambres de púa rodearon el Parlamento, un duro recordatorio de la disposición del Estado a reprimir la disidencia. En respuesta a las manifestaciones pacíficas, el Estado desató la mano dura: gases lacrimógenos, balas de goma y agentes con porras. El mensaje fue claro: no se permitiría que los manifestantes desafíen el statu quo.

El gobierno, encabezado por el presidente William Ruto, ha continuado con las mismas tácticas de represión que han caracterizado a las administraciones anteriores. A pesar de las promesas de reforma, Ruto no ha abordado los problemas sistémicos que han impulsado estas protestas. En cambio, su gobierno ha redoblado las políticas que benefician a los ricos y explotan aún más a la clase trabajadora y a las masas empobrecidas. A medida que se desarrollaban las protestas, la impunidad del gobierno quedó en evidencia. La policía, lejos de actuar como un agente neutral de la ley, sigue actuando como una herramienta de la clase dominante para mantener el control mediante la violencia y la intimidación.

El potencial revolucionario en Kenia

Bajo la superficie de estas protestas se esconde una realidad más profunda y significativa. Kenia, como gran parte de África, se encuentra en una encrucijada, oscilando entre el mantenimiento del orden capitalista existente y el potencial de un cambio revolucionario. Las condiciones para la revolución están dadas; la desigualdad económica ha alcanzado niveles extremos, con una pequeña élite consolidando su riqueza mientras la mayoría de la población lucha por sobrevivir. El desempleo se mantiene alto, la inflación continúa socavando los ingresos de la población y los servicios públicos básicos se están desmoronando. Mientras tanto, la clase dominante permanece indiferente ante la difícil situación del pueblo, perpetuando políticas que solo sirven a sus intereses.

Las protestas, aunque contundentes, son en gran medida espontáneas y carecen de una dirección coherente. La falta de organización entre las masas, que se extienden a diversos sectores, impide el surgimiento de una fuerza unificada que pueda desafiar al establishment político. Esta desorganización refleja un problema más amplio: la clase trabajadora keniana, aunque madura para la revolución, carece de la conciencia política y la organización necesarias para desafiar al sistema con eficacia.

El estancamiento del régimen de Ruto

El presidente Ruto, a pesar de las críticas generalizadas por su gestión de la economía y las protestas, ha mostrado poca disposición a cambiar de rumbo. En lugar de abordar las causas profundas del descontento, ha optado por reprimir toda disidencia. El enfoque de su gobierno se ha caracterizado por la arrogancia y la impunidad, sin rendir cuentas por las muertes y heridas causadas por la violencia estatal. La muerte de Albert Ojwang, por ejemplo, ha dado lugar a cargos contra algunos agentes de policía, pero el sistema general de violencia estatal permanece impune. Esta postura impenitente es característica de la clase dirigente keniana, que durante mucho tiempo ha recurrido a la violencia para aferrarse al poder. Desde la violencia post electoral de 2007-2008 hasta la actual ola de represión, el gobierno keniano ha demostrado reiteradamente su disposición a usar la fuerza para sofocar cualquier amenaza a su autoridad. La incapacidad del presidente Ruto para abordar los problemas sistémicos que provocaron las protestas del año pasado y su uso continuo de la violencia sugieren que el país se encamina hacia una profundización del autoritarismo, donde ya no se tolera la disidencia y cualquier desafío a la élite gobernante se enfrenta a una represión brutal.

El camino a seguir: organizar la revolución

Si bien las condiciones para la revolución son propicias en Kenia, las masas permanecen desorganizadas, fragmentadas y sin un rumbo claro. Una revolución no se puede lograr sólo con protestas espontáneas. Se necesita desarrollar una conciencia revolucionaria en la clase trabajadora y desarrollar movimientos organizados que puedan canalizar la ira y la frustración del pueblo hacia una fuerza política concreta. Esto requiere un enfoque de unidad que trascienda los intereses sectoriales y se centre en la lucha común de la clase trabajadora contra el sistema capitalista que la explota.

Los sindicatos, las organizaciones estudiantiles y otros movimientos populares que históricamente han confrontado con el Estado deben intensificar sus esfuerzos y proporcionar la dirección necesaria para organizar a las masas. Esto implica construir alianzas entre diferentes sectores, crear plataformas para la formación política y desarrollar estrategias para desafiar el monopolio del poder del gobierno. También significa enfrentar el control ideológico de la clase dominante, que utiliza el nacionalismo, la identidad étnica y otras formas de división para mantener su control.

Las masas de Kenia deben reconocer que su lucha no se trata sólo de reformas o una mejor gestión, sino de derrocar el sistema que perpetúa su explotación. Esto requiere un movimiento socialista revolucionario comprometido con los intereses de la clase trabajadora y que luche por reemplazar el sistema capitalista por un sistema de gobierno que priorice las necesidades del pueblo, no las de la élite.

Conclusión: Un llamado a la acción revolucionaria

Las protestas del 25 de junio de 2025 son una clara indicación de que la clase trabajadora de Kenia está cada vez más desilusionada con el statu quo. Sin embargo, mientras las masas permanezcan desorganizadas, estas protestas permanecerán aisladas e ineficaces para lograr un cambio sistémico. El gobierno del presidente Ruto sigue recurriendo a la represión y la violencia para mantener su poder, pero la ira popular es palpable y el potencial revolucionario es innegable. Lo que se necesita ahora es desarrollar una estrategia revolucionaria coherente que pueda unir al pueblo y construir un movimiento capaz de desafiar el sistema. Sin esto, el ciclo de protestas y represión continuará y Kenia quedará atrapada en su actual estancamiento político.

Por E. O.

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