El espíritu de Fray Mamerto Esquiú está contenido en este ensayo porque el autor interpreta pensamiento, palabra y acción del franciscano quien, “A corazón abierto”, ha iluminado un espacio de existencia purificado, en contraposición a la concepción materialista de la vida. Es un texto donde el protagonista asume su propia voz y en primera persona derrama los avatares de su experiencia vital y reflexiones acerca de su convicción religiosa y filosófica permanentes, porque desde el plano de lo invisible descienden para acercarnos sus consejos, erudición y cultura.
Víctor Russo, en la exposición de Fray Mamerto, va tramando paso a paso la vida de este hombre que tanta gloria diera a la historia catamarqueña. El autor sobrepasa lo obvio y lo polémico de la acción del fraile, hoy beato, para analizar e interpretar su ideario, los fundamentos de su prédica religiosa, cívica y social.
En este trabajo se dan simultáneamente la originalidad del recurso expresivo para argumentar que es el monólogo, la narración en primera persona; una severa disciplina en la forma: la crónica y una fuerza de inspiración que convence desde la primera lectura.
La crónica comienza por el final, cuando en el primer párrafo Fray Mamerto afirma: “Debo reconocer que soy un corazón errante”. Y luego cuenta las circunstancias de su muerte acaecida en El Suncho, departamento La Paz, el 10 de enero de 1883. Recordemos que había nacido el 11 de mayo de 1826, en su casa de La Callecita de Piedra Blanca, departamento que hoy lleva su nombre.
A la crónica y a la inspiración se agrega la fluidez de la prosa, la amenidad del relato a modo de confesiones, una sucesión de temas y reflexiones que confieren al texto una tonalidad nueva, configurada por un conceptismo sentencioso, de ideas claras, de análisis inesperados. Así lo argumenta la voz de Fray Mamerto Esquiú en interpretación de Víctor Russo cuando plantea: “Solo en el debate de ideas se encontrará otros puntos de vista, que acrediten posturas diferentes y nuevas modalidades de abordaje a los temas en discusión. Sin esos elementos prevalecería el criterio único, autoritario, del que tiene la palabra…”.
Más adelante, dice el fraile: “Mis detractores siempre consideraron que la opinión social no era razonable en una homilía. No podemos hacer oídos sordos a los reclamos de los pobres… Los sacerdotes debemos predicar con el ejemplo”.
Desde el comienzo se advierte cuál será el tono que signará a este ensayo donde el autor toma la palabra de una figura magnánima, en un rescate especular del alma y la memoria, la dimensión de un hombre a cuyo acceso luminoso puede aspirar el escritor y su pensamiento sensible.
Porque Russo en su texto, en su análisis, busca el retorno de Fray Mamerto a la tierra, como una manera de buscar lo milagroso, de sentir la sed de un mundo sostenido en valores que intuye perdidos. No lo anima un deseo de lección de Historia, sino la búsqueda de una resurrección de nosotros mismos.
“A corazón abierto” se ubica en el género literario definido como “libre discurso reflexivo”. En este caso se trata de una categoría capaz de definir el propio discurso del ensayo fundado no en la argumentación retórica ni en el “juicio lógico”, sino en el “juicio libre”. Porque si bien el eje unificador es el ilustre franciscano, los temas son varios pues en la obra campea el universo.
En ese universo están las lecturas que formaron a Esquiú, los sermones que pronunció en los albores de la organización nacional, el valor de la palabra, el tratamiento de vivencias caras al sentimiento cuando evoca su infancia en La Callecita de Piedra Blanca y que el sacerdote va recreando con nuevas emociones.
En un tramo del ensayo, en la tercera parte, el espíritu de Esquiú sobrevuela el tiempo como un cóndor en los Andes y se asoma a las lecturas, a las obras dispersas en la atemporalidad de la historia. Entonces habla de Borges y se pregunta qué es la eternidad y el infinito. Alude al “Aleph”, a ese espacio donde caben todos los espacios; también a su “Libro de arena” igualmente infinito porque ni ese libro, ni la arena, tienen principio ni fin, nos dice Russo en la voz de Esquiú.
Esta obra no es de análisis fácil, porque si bien es Fray Mamerto quien tiene la palabra, es Víctor Russo quien elabora el discurso. Se produce así un proceso que pudiéramos llamar psicográfico, que es la denominación que reciben los mensajes que llegan del más allá. En este caso el Magíster Víctor Russo ha desplegado su erudición para ubicar a Esquiú en las esferas políticas, culturales, filosóficas y fundamentalmente religiosas. Ha elaborado un monólogo, una ficción, donde se fusionan protagonista y autor.
Las ficciones contribuyen a cambiar la realidad. Este es el poder de la literatura. En la medida en que un texto puede cambiar a un lector, su función, el abrir nuevas perspectivas, se ha cumplido.
Leer no solo es parte del placer, se lee también para que la ficción incida en la realidad. Para que ello suceda hay antes un escritor que con su obra construye un mundo con pensamientos y palabras que iluminan la realidad y también la cuestionan. Es el caso de Russo. Esto se advierte cuando en el texto se alude a la obra de Borges, quien ha transitado el Siglo XX, a diferencia de Esquiú que vivió y produjo en el Siglo XIX. Se da el caso, por ejemplo, cuando los críticos señalan que Unamuno es posterior a Borges y no al revés. Vale también para este ensayo, porque los textos dialogan con otros textos. Se resignifican –como dice precisamente Borges- cuando uno inventa su propia historia. No en términos generacionales porque la literatura ya estaba, no es un invento nuevo. Entonces aquellos textos que nos marcan en una dirección determinada son las que forman una biblioteca y con los que cada uno construye su literatura. Esto es lo que hace Víctor Russo en este ensayo: recurre a la narración para mostrar al fraile en toda la dimensión de su personalidad.
Cabe preguntarse quién es el que habla: el autor o el personaje. Víctor Russo o Fray Mamerto Esquiú. Vale entonces explicar la “teoría del autor implicado”. En todo texto el autor está implicado, sin duda en diversa medida y de distintas maneras, pero especialmente en el caso del texto literario. Dicho esto, no deben confundirse los puntos de vista genético y hermenéutico. Desde el primero el autor puede definirse funcionalmente como implicación activa del sujeto en la escritura. Desde el segundo el autor constituye un aspecto del estilo, en particular la personificación de una unidad artística. Cuando se afirman una voz, una mirada y un mundo singulares, adquiere relieve una figura del autor que es inherente al texto y que personifica esa singularidad. Es a ese autor, entre nosotros Víctor Russo, distinto del autor genético como la criatura del creador.
Cuando más allá de variaciones superficiales, esa voz y ese mundo esencialmente persisten a lo largo de la obra, cuando los autores implicados apuntan a una figura única –la de Fray Mamerto Esquiú en este caso- esas constantes se sustentan en la identidad persistente de un autor, entendido como el hombre que escribe y que podríamos llamar “autor transtextual”, porque transfiere el discurso a la voz del otro.
La narración en primera persona le confiere verosimilitud y convicción a la obra. Víctor Russo escribe con fluidez y agilidad, con un vocabulario amplio y preciso, que recurre a algunos arcaísmos para ubicar históricamente al personaje, y cultismos que dan fe de su erudición; no escatima bellas imágenes y metáforas como cuando habla Fray Mamerto Esquiú.