jueves, 18 septiembre, 2025
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Una historia compartida de butacas, pantallas y preguntas que no se callan

lunes, 28 de abril de 2025 02:30

Desde siempre, las personas sentimos la necesidad de contar lo que nos pasa. No solo para entretenernos, sino para entender el mundo, para compartir lo que duele, lo que emociona, lo que nos cambia. El teatro fue una de las primeras formas que encontramos para hacer eso. Surgido en la antigua Grecia (alrededor del siglo V a.C.), el teatro nació como una forma de ritual, comunicación social y catarsis colectiva. En sus orígenes, era una celebración religiosa, pero pronto se convirtió en un espacio para reflexionar sobre la vida, el poder, el amor, la muerte y la condición humana.

Cada cultura lo hizo a su manera: el teatro inglés con Shakespeare, el español del Siglo de Oro, el kabuki en Japón, el teatro político del siglo XX. En todos los casos, hubo algo en común: usar la escena como una herramienta para mirar la sociedad con otros ojos, para incomodar, para proponer preguntas, para transformar. Con la Revolución Industrial y el avance tecnológico, el arte encontró un nuevo medio de expresión: el cine. Los hermanos Lumière, en 1895, proyectaron por primera vez imágenes en movimiento ante una audiencia. Lo que parecía un truco, una novedad divertida, terminó convirtiéndose en el “séptimo arte”. 

El cine, al igual que el teatro, tomó la representación humana como eje central. Pero lo hizo desde otro lenguaje. A diferencia del teatro, el cine permitió editar, repetir, enfocar, jugar con el tiempo y el espacio. Nació una nueva forma de narrar, pero con raíces teatrales profundas. De hecho, muchos de los primeros cineastas venían del mundo del teatro. Hoy, ambos lenguajes coexisten, se cruzan, se reinventan. Porque tanto en una sala llena de butacas como frente a una pantalla gigante, hay algo que no cambia: la necesidad de compartir, de decir lo que se calla, de emocionar. Y si el arte sirve para no olvidar, abrir los ojos y hacernos preguntas, entonces el cine y el teatro siguen vivos como lugares donde lo humano no se negocia.

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