Juan Ignacio Chiogna (26) la puede contar, pero su alma está desgarrada. Dos de sus compañeros del secundario, Ignacio Rosales (25) y Facundo Martínez Abeldaño (26), no. Tampoco el camionero Matías De Olivera (35), que no pudo evitar el brutal impacto contra el Volkswagen Golf tras una mala maniobra del conductor del auto en la ruta provincial 74, en Tandil. Su esposa, Paula Stork (34), y «Ori», su hija de 7 años, se recuperan de las heridas (las físicas y las del corazón).
Clarín reconstruyó la dolorosa historia de la familia de Eldorado, Misiones. Ahora es el turno de los tres jóvenes (dos de Villa Adelina, San Isidro, y uno de Carapachay, Vicente López) que habían llegado a la ciudad serrana para pasar unos días de vacaciones, el último verano, antes de seguir viaje para Santa Clara del Mar.
El martes 21 de enero, minutos antes de las 14, «Nacho» manejaba el Golf por la calle Don Bosco, un camino que de un lado es de tierra y del otro, de asfalto. Nadie entiende por qué se mandó a la ruta, a la altura del paraje El Gallo, cuando venía el camión Iveco 490 cargado de bebidas. De Olivera tocó bocina, hizo señas de luces, frenó, volanteó. No pudo evitar el choque ni la tragedia.
Video
El estremecedor sonido de una tragedia
Chiogna habló en sus redes sociales. Tampoco comprende por qué el destino no se cobró también su vida. «Ellos ya no están acá para leerme, pero yo sí estoy para contarle al mundo lo grandes que fueron y lo maravilloso que resultó nuestro viaje«, escribió.
En un conmovedor mensaje en su cuenta de Instagram, apuntó: «Más de 13 años de amistad devinieron en los que fueron los vínculos más fuertes y duraderos que conseguí formar y sostener. Supieron ser de las personas más reflexivas, sensibles, divertidas y compasivas que tuve el privilegio de conocer«.
«Y pese a tanta historia compartida, estas fueron nuestras primeras vacaciones juntos. Una simple prueba piloto de lo que podría ser y de lo que ya no será. Pero también, de lo que nunca había sido«, señaló.
El joven remarcó: «Jamás había tenido la oportunidad de compartir tantos momentos únicos con ellos. Abrirnos paso por senderos inexistentes, escalar obstáculos infranqueables hasta llegar tan alto como pudiera verse en todo el horizonte, incluso competir por ver quién cruzaba el dique más rápido remando. Son momentos, risas, historias y recuerdos que nunca olvidaré«.
«Tanto la paz como la alegría eufórica que compartimos fueron el mejor regalo que nos hicimos. Un breve descanso de todo el ruido que normalmente impregnaba nuestras vidas. Agradezco que al menos ahora hayan quedado atrás sus preocupaciones«, expresó.
A «Juani» le faltan dos materias para recibirse de ingeniero electromecánico. Es de Carapachay.
Facundo estudiaba Ciencias de la Computación en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y trabajaba en Kyndryl (ex IBM). También estaba subcontratado por DirecTV como ingeniero senior.
«Nacho», que también vivía en Villa Adelina, era estudiante universitario y trabajaba en la UNSAM. Era como «un hermano» para Juan.
«Era una parte íntima de mi ser. En 26 años no conocí a nadie que compartiera tan simbióticamente mi forma de pensar, de sentir, y de comprender el mundo. Nadie me conoció tan bien como él; ni a él tanto como yo. Y si además, acaso, existió otra persona más buena y universalmente querida que Nachito, aún no la he conocido«, señaló.
«Juani» también tiene cosas para decir de su otro amigo: «Facu tampoco se quedaba atrás. Tenía un costado de extrema sensibilidad que muy pocos, me temo, llegaron a conocer. Su afecto para mí vale más viniendo de alguien tan selectivo para entregarlo«.
«Cada vez que lo necesité, era el primero en acercarse a ofrecer un café (o helado) conciliador. Espero algún día llegar a ser tan franco, directo, gracioso y seguro como lo fue conmigo y con su entorno«, subrayó.
«Por todo esto y tanto más les digo: fue un honor y un orgullo haberlos conocido«, completó.
La historia de «Facu»
Silvia Abeldaño (67) es la mamá de Facundo. Tiene una hija, Lorena Tames (46), de su anterior matrimonio. Luego lo tuvo a él con su actual marido, Daniel Martínez (78). «Somos padres grandes. No es porque sea mi hijo, pero ero era excelente», le dice a Clarín.
«Facu» estaba de novio con «Mica», compañera de la facultad en la UBA, desde hacía unos tres años. «Hablaba perfecto inglés y estaba estudiando alemán. Era un crack el pibe», se enorgullece.
Silvia cuenta que, antes de la tragedia, él se había comprado un departamento en Villa Ballester (San Martín). Ellos son Villa Adelina. «Yo soy ama de casa. Soy perito mercantil y trabajé en ventas en muchos lugares. Mi marido fue comerciante de joven. Ya está jubilado».
El joven estaba siempre pendiente de su papá, por sus problemas de salud (se recuperó de un cáncer de colon), y temía que le pasara algo.
La mujer tampoco asume lo que pasó con «los chicos». Y resume, con cariño: «Eran tres nerds, vivían adentro de su casa, con la computadora, estudiando y laburando».
Los amigos se conocían del colegio secundario. Habían ido al Instituto Cervantes, en Boulogne. «El grupo eran cinco, pero iban juntos a todos lados. A La Noche de los Museos, a comer pizza a Güerrín, no eran de ir a boliches», afirma. El papá de Facundo los cargaba: «Tienen que salir con minas«.
Los amigos habían viajado a Tandil cuatro días antes de la tragedia y les quedaba una noche más. Se alojaban en las cabañas Mi Descanso. Habían ido para hacer trekking y andar en kayak. El día que ocurrió todo volvían de visitar la Plaza de las Flores y los Pájaros.
Silvia estaba cuidando a su mamá, de 86 años, en una clínica de Lanús, cuando la llamó la madre de «Nacho» y le dio una noticia que le heló la sangre: «Los chicos tuvieron un accidente«. Le pasó el nombre de la doctora que los había atendido en Tandil. Logró comunicarse y ella le dio otro cross en la mandíbula: «Tu hijo falleció«. La mujer empezó a los gritos.
Quince minutos antes, Facundo le había mandado un mensaje rogándole que descansara. Ahora estaba muerto.
El Golf tenía caja automática. «Para mí que se mandó a la ruta y se le vino el camión encima, se asustó«, especula la mujer sobre la maniobra de su conductor, tratando de entender lo inentendible.
Cuando viajaron a Tandil con su esposo, llegaron a la cabaña donde se hospedaban los tres. No sabía cuál de todas era. En la mochila de Facundo había una llave con el número 5 y el control remoto de un portón. Fueron a las seis de la mañana porque esa noche no durmieron.
«Me puse a mirar en todos los tenders, que estaban afuera con ropa. Y digo ‘no, acá hay ropa de mujer, acá tampoco‘. Hasta que vi una cabaña que estaba la cortina por la mitad y había una malla de mi mi hijo, que era verde fosforescente. Y digo: ‘acá es‘», relata.
Juntaron todas las cosas, entre ellos la ropa de Facundo. Sobre una mesa había una ficha donde anotaban lo que iban gastando, dónde iban a comer. «Todo ordenado, todo prolijo», sostiene.
Cuando le dieron las pertenencias de su hijo en la Policía, faltaban su teléfono celular y su reloj, que no aparecieron. «Fuimos al auto a ver si lo encontrábamos. ¿Y sabés lo que encontré, en la parte de atrás? Yerba y azúcar. Venían tomando mate. Pongo la mano en el fuego por los tres. Eran re sanos», resalta Silvia.
Y recuerda el último mensaje de «Facu» para su papá: «Decile a mi viejito que lo extraño mucho y que se cuide, que lo amo«.
Ahora viven «una pesadilla» y, además, tienen que luchar con el tema de los seguros. «Como fallecieron los dos choferes, te pagan nada más que lo del auto y las demás cosas es la responsabilidad civil. Pero eso tiene un tope. No me interesa la guita, aunque te da bronca que la vida de mi hijo no vale nada«, se lamenta.
A «Facu» y a «Nacho» los enterraron en el mismo cementerio, en Boulogne. El corazón de Silvia vuelve a flaquear. Lorena, su hija, asiente: «No puedo creer que mi hermano no esté más. No sabés lo buena persona y generosa que era».
EMJ