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Análisis

Por Guillermo Bordón

Argentina se encuentra sumida en una profunda crisis económica, social y política y sobre todo moral y ética que desemboca en la violencia. Ella se ha convertido en un tema cada vez más preocupante. Los últimos acontecimientos han demostrado que la sociedad argentina se encuentra en un punto crítico, donde la intolerancia, el odio y la agresión y los intereses partidarios parecen haberse apoderado de nuestro día a día.

Los hechos violentos que hemos presenciado en las últimas semanas, desde agresiones físicas y verbales, protagonizadas por quienes representan a los argentinos en el Congreso; hasta actos de vandalismo y destrucción, son solo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo. No es solo un acto aislado, sino que es el resultado de una serie de factores que se han ido acumulando a lo largo del tiempo.

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La falta de oportunidades, la desigualdad, la pobreza y la exclusión son solo algunos de los factores que contribuyen a crear un entorno en el que la violencia puede prosperar. Sin embargo, también es importante reconocer que la violencia es un problema que nos afecta a todos, independientemente de nuestra condición social o económica.

Mientras tanto, hay pueblos sumergidos en la desgracia como Bahía Blanca, que necesitan de parte de la política una respuesta concreta y rápida. Pero sin embargo la solidaridad, valor invaluable del argentino, se hizo presente para socorrer a miles de familias. Como contra cara, el poder represor del Estado, la falsa solidaridad de “barras bravas” e infiltrados que usaron a los jubilados como pretexto para poder encender toda su violencia.

En este sentido, la declaración de los Obispos argentinos en la última reunión de la Conferencia Episcopal debe llamarnos a la reflexión y cordura: “Qué bueno sería que esta actitud de cuidar la dignidad de la persona humana, sobre todo cuando se muestra más vulnerable, ayude a dar respuesta a la otra realidad que se advierte tristemente en nuestra sociedad y en la dirigencia. Nos referimos a las actitudes y expresiones que lastiman, a esos lenguajes despreciativos, por momentos no exentos de crueldad, que atentan seriamente contra aquella unidad que tanto necesitamos como pueblo, para ponernos la patria al hombro, para salir adelante”.

Podemos comenzar a cambiar nuestra forma de pensar y de actuar; a construir un futuro más pacífico y más justo para todos. Podemos hacer la diferencia.

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