El costumbrismo también es un algoritmo y Juan José Campanella, uno de sus más grandes cultores, volvió con la idea fija. Es innegable la enorme capacidad que tiene el realizador cinematográfico para detectar estereotipos. Llegado el caso, aseguraríamos que hasta podría inventarlos.
Se trata, curiosamente, de un género cada vez más visitado. ¿Los memes no son acaso una nueva forma de costumbrismo? Guiños hacia la masividad. Lugares comunes.
Como algoritmo prehistórico, el costumbrismo hace que las pronósticos resulten precisos y arrojen robots, pero de carne y hueso.
Después del éxito de Parque Lezama, y su larga década en cartel, Campanella estrenó Empieza con D siete letras, alrededor del destino, el amor y eso que se da en llamar «la vida misma», un comodín de carácter pedagógico, pletórico de humor sano y chauvinismo suave a lo Made in Lanús.
Con Eduardo Blanco y Fernanda Metilli
“Tengo la enorme alegría de volver a compartir una aventura con un amigo”, dijo Eduardo Blanco sobre su regreso (casi) siempre bajo la dirección de Campanella, y luego de haber compartido Parque Lezama, obra que el director, ganador de un Oscar, ahora piensa llevar al cine.
Aquí el personaje de Blanco es el de un señor jubilado que tuvo cierto prestigio académico como médico. Fernanda Metilli hace de una profesora de yoga en sus 30, verborrágica, simpática y recién separada.
Blanco es un actor hecho para desempeñar papeles de personaje entrañable. Su deber escénico consiste en provocar afinidad y retratar idiosincrasia. Es el hombre-espejo de una sociedad pintada por Frida Kahlo.
Metilli llega al protagónico como una novedad total y absoluta. Fibrosa y esculpida en asanas, tiene el cuerpo de una auténtica docente de yoga con voz de canillita.
Mientras la relación avanza por un autopista, aparecen un par de subtramas que no escaparán a lo previsible de la línea argumental. El nombre de la obra es por el crucigrama de una revista que ambos intercambian en la sala de espera de un dentista.
Blanco -cada vez más parecido a Nito Mestre- es un médico retirado que no reniega de la grande de muzza y cada tanto se muestra apesadumbrado por la muerte de su esposa, a quien recuerda evocando películas de Stallone.
Las obras de Campanella podrían ser sus películas. Más que un lenguaje distinto, parece haber encontrado en el teatro una manera menos onerosa de plasmar sus intenciones artísticas.
El humor, en cuentagotas, se mezcla con una emoción que no logra traspasar los niveles de la candidez. Esta vez Campanella armó un elenco sin figuras. Quizás haya sido éste el verdadero riesgo de la obra. En el afiche se hace cargo como nunca antes y su nombre figura tan grande como el de los actores.
Lo más moderno que sucede está en la puesta donde la aparición de Gastón Cocchiarale (que hace de hijo del médico) juega un doble rol actoral que puede aportar un dejo de confusión en la linealidad de la trama.
En su perfecto rol de profe de Yoga, Metilli hace la coreografía de una caminata con los pies que sería digna de una película de Chaplin. Le toca el papel de la chica que busca novio en Tinder, sin saber que la sorpresa llegará por el lado analógico.
Puede que sea esa la gran enseñanza de la obra. Después de todo, en yoga se trata de estar presente.
Empieza con D siete letras va de miércoles a domingo en el Teatro Politeama (Paraná 253). Entradas desde $28.000.
POS