martes, 7 enero, 2025
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«La Finadita» de Hilda Angélica García

Son diversos los personajes que entran y salen de este escenario, donde cada uno hace su aporte al dinamismo de la novela. Está Felipa, la madre desesperada por la desaparición de su hija; María de la Cruz, la mujer- protagonista- desaparecida; Doña Charo, vecina; Maco, vecino; Jeshusha, vecina) Domitila, curandera; Eudoro, hermano de María; Catalino, criado; Nicancho, padre de María de la Cruz; Don Manuel, poeta; Doña Florentina, vecina de 103 años; Nacho, novio de María de la Cruz; Doña Delfidia, maestra y hasta el intendente Coco Quintar aparece. Por supuesto hay muchos otros nombres, señalo solo los protagonistas de cada capítulo.

La novela es una fiel caricatura de la época, de aquellos años 50, rememorados en Saujil de Tinogasta y, ¿por qué decimos los años 50? Porque verdaderamente hay indicios que nos señalan esa época. Hay dos pistas. Una es la carta que Felipa le envía a Eva Perón, que instala indudablemente a la novela en la década de 1950. La otra señal se encuentra en la estampilla que lleva impresa la carta con la leyenda “Año del Libertador San Martín”.

La historia argumental la define toda la comunidad entera, al sentirse comprometidos. Son hombres, mujeres y niños en la búsqueda de María de la Cruz. Los personajes se desplazan por un territorio común de viñedos, solidaridad, atajos, sabiduría ancestral, sueños y creencias comunes que aún hoy se mantienen en algunos parajes. Cada uno de los personajes hace su aporte dentro de este dinámico juego. La autora hace una descripción real, contemporánea de la época, de las costumbres, del habla, del apego a la religiosidad, en una catarata de imágenes que le dan movimiento a los hechos sin perder el hilo conductor, dando vida a una historia que se mantiene en suspenso hasta la última línea de libro.

Hay algunos rasgos o tópicos que aparecen en la novela que merecen ser mencionados. La muerte; el fervor religioso; los milagros y apariciones, y el miedo.

1) La muerte está presente en distintas formas, a veces como celebración de una transformación inevitable, otras bendecidas con el humor. Por ejemplo, en el Capítulo 8, por la muerte de un jurisconsulto, llegó gente de todas partes y en pleno velorio recordaban las ocurrencias del abogado que siempre decía cuando se presentaba: Soy “Francisco, para los amigos; Amador para las mujeres y Acuña para los enemigos”. Así fue que luego de rezos y oraciones, el cuerpo es trasladado al cementerio y cuando estaban listos para colocar el cajón en el nicho se dan cuenta de que estaba demasiado alto. Luego de varias peripecias logran llegar con el cajón al nicho, pero ocurre que era demasiado angosto, todo esto sucedía en medio de un terrible calor. Uno de los presentes ofrece un mausoleo y se dirige a buscar la llave. En el mientras tanto -como acostumbramos a decir- comienza a llover, en minutos todo se transforma en un temporal, la lluvia cae, la multitud desaparece y dice Hilda García: “Sobre el solitario féretro chapoteaba estruendosa la tormenta, sin alterar la imperceptible sonrisa del difunto.

-La Historia de Don Patricio, en el Capítulo 12. Aquí se encontraban en un velorio los deudos, las lloronas, los amigos que habían atravesado los medanales para llegar a Saujil; velaban a Don Patricio y en el acta de defunción, escrito, decía: había muerto “de estar nomás”. Él había regresado de Chile, venía de atravesar el Paso de San Francisco.

– Hay otra muerte interesante en esta novela y es la de Humberto, que sorprendió al pueblo porque nadie le conocía enfermedad y ya en el cajón mortuorio, de repente, el finado se sienta y comienza a hablar. Ahí nomás, en medio del espanto y del griterío, lo bajan del cajón, lo depositan en un catre y le dan de beber aguardiente para que se callara. Enseguida nomás, se escuchó un bandoneón y comenzó el baile.

2) Fervor religioso: Capítulo 6: Desde la ventana, Felipa veía pasar el misachico que llevaba en andas a la Virgen de los Dolores, procesión que se realizaba en Medanitos, y le pide a la Virgen por la aparición de su hija.

– Otra imagen del fervor religioso la encontramos cuando la autora relata que la gente subía a la loma a pedirle favores a la Virgen y rogar por el alma de la Finadita, hasta que alguien la invocó para un examen y la comenzaron a venerar.

También las visitas de Felipa y sus amigas a la ciudad para pedir en la procesión de La Virgen por María de la Cruz. Allí se narran las vicisitudes desde que llegan a la terminal ferroviaria y montan un coche a caballo.

Las creencias populares constituyen uno de los rasgos principales de la obra, como el fervor de Eudoro por San Nicolás. Resulta que Eudoro viaja por primera vez a La Rioja, acompañado por su padre -era su primer viaje- y cuando llegan a destino se alojan en un pequeño hotel frente a la plaza. Ingresa luego a la Catedral y se emociona porque nunca había visitado un lugar así, con tantos santos, bancos y columnas. Sucede que Eudoro cuando mira el altar, observa que dentro de una urna de bordes dorados estaba San Nicolás. Pero el Santo era morocho, contrariamente a lo que él había imaginado, era tan morocho como Eudoro en ese instante Eudoro sintió ganas de llorar. San Nicolás llevaba un atuendo blanco con pasamanería de oro y un largo bastón de mando.

3) Milagros y apariciones. Por ejemplo, cuando Eudoro y otros pobladores vieron pasar en medio del furor del viento, envuelto en un poncho y cubierto de tierra a Pedro Gaveta, que vivía detrás del río Medanitos, en medio de los arenales, en un caserío llamado Soledad.

-Transcurrido un año (Capítulo 14, en las vísperas de un Jueves Santo, a la Felipa le pareció ver a su hija María Cruz, lista para ir a pastar sus cabras.

-O cuando Rosenda tiene una visión (Capítulo 15), ve a Nacho y María Cruz, tomados de la mano paseando por los viñedos.

-Se decía que la habían visto en La Rioja a Maria Cruz, atravesando la plaza con un niño en brazos y se dirigía a la iglesia de San Nicolás.

4) El Miedo: En el Capítulo 2, además de ser muy buena, la descripción que se hace sobre Domitila. De ella se rumoreaba que era una mujer extraña y que una luz brillante salía del cementerio y se asentaba en el algarrobo de su casa. La Domitila, además, recetaba yuyos, pócimas para las enfermedades del cuerpo y el alma, su vida transcurre en un contexto de estampas de santos, telarañas, etc.

– En el Capítulo 18 llega la maestra al pueblo, Paula Rodríguez. Una tarde, mientras dibujaba un ángel en la pizarra, sintió el sonido de unos pasos en el patio, instintivamente trazó una cruz en el pizarrón. Y cuando le comentaron el caso de la mujer mulánima sintió mucho miedo, quizás un temor anunciado de lo que sucedería después.

En “La Finadita”, las historias se van hilvanando y el relato no decae en ningún momento, no hay una narración lineal, sino por el contrario, se pasa de la acción a la oración, al llanto, al humor. Son pedazos que se reconstruyen en la memoria colectiva.

En cuanto a la prosa y su relación con el lenguaje, la narración se desliza sin tropiezos, fluye, porque la autora no se detiene en la fonética de los hablantes coincidiendo con el profesor Federico Pais en que el caudal de una lengua parece discurrir por cauces que cavan corrientes supraindividuales y prefiere marcar líneas de oralidad que ubican a los sucesos en tiempo y espacio. Por ejemplo, rescata regionalismos como “antarca”, “choco”, “chuschas”, “puyo”, coyuyo o coyoyo, etc.

Hay en el libro un estudio histórico sobre el Paso de San Francisco y anécdotas como las mujeres que parieron en medio de la cordillera.

Como lo dije anteriormente, uno de los pasajes que coloca a la novela en el sitio de los años 50 es la correspondencia que mantiene Felipa, madre de María de la Cruz, con Eva Perón. En su desesperación la madre le escribe y le pide que la ayude a encontrar a su hija. Es así como recibe una carta de la Fundación Eva Perón, informándole que habían tomado conocimiento de la situación y que se abocarían a la búsqueda de su hija. Anoticiados que Felipa cosía, le envían una máquina de coser, por lo que da rienda suelta a su creatividad.

No puedo desentrañar el final de la novela que cuenta la desaparición de María de la Cruz y la de un pueblo en su intensa búsqueda. Pero sí diré que estamos en presencia de una historia argumental hilvanada por distintos sucesos que atrapan al lector, por las estampas líricas que se muestran con la descripción de ricas imágenes, en continuo movimiento en una obra inscripta en la cultura regional colmada de saberes e ironías. Una novela delirante, surrealista, por su estructura argumental e histórica. Recibimos a Hilda García ahora, como novelista en una saga que seduce y nos llama a su lectura plena.

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