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Algo en que pensar mientras lavamos los platos
Por Rodrigo L. Ovejero
Hay canciones que cuentan una historia, que más que poesía cuentan como narración. Hoy quiero recordar a una en particular, que relata una historia trágica de amor y desengaño, al compás de un ritmo engañosamente bailable. Travestis, de Vilma Palma e Vampiros. Porque me parece un ejemplo perfecto de como el arte puede, a partir del mismo hecho, inspirar dos obras completamente distintas.
La voz quebradiza del Pájaro Gómez narra una crónica desgarradora acerca de la ilusión del amor y el sinsabor del desengaño, tres minutos en los que caben la vida misma y el mundo entero, pues nuestra existencia no es más que un sinfín de ilusiones y desengaños.
Todavía recuerdo la primera vez que escuché esta canción, y la sorpresa de su hitchcockiano giro final, cuando se revela que la musa era un hombre que se vestía de mujer (aunque, en rigor de verdad, dado que el título era Travestis, quizás las señales estaban ahí). La única vez que viví algo semejante fue cuando supe que Bruce Willis estuvo muerto durante casi todo Sexto Sentido (lo supe media hora después de salir del cine, la tercera vez que me lo explicaron).
Sin embargo, la sorpresa que se lleva el cantante al advertir que la mujer de sus sueños tenía algo que ocultar no era una novedad en el mundo del arte, pues en diversas ocasiones otros amantes fueron defraudados mediante esta perfidia. Un giro similar, de hecho, ya se encontraba en El juego de las lágrimas, película ganadora del Oscar a mejor guión original en 1992 en la cual Stephen Rea interpreta a un antiguo miembro del IRA que se enamoraba de una mujer con una extremidad de sobra. La cinta fue acompañada por una canción original de Boy George con el mismo título, una composición de aire misterioso y lúgubre, a tono con el espíritu de la historia, que tiene su punto álgido en el momento en que el protagonista descubre la verdadera naturaleza de su interés amoroso. En su momento esta película originó una buena cuota de polémica, pues el travestismo no era un tema que se tratara tan abiertamente en aquellos años.
La canción de Vilma Palma se editó en 1993, un año después del estreno de El juego de las lágrimas, por lo cual no es aventurado suponer que el cantante salió de un cine rosarino en algún momento de aquel año, todavía boquiabierto ante ese hallazgo fálico, y decidió componer una canción sobre ello. Y a esto venía al principio de la columna cuando dije que el mismo hecho podía dar lugar a dos expresiones artísticas totalmente contrapuestas, pues la canción de Boy George resulta dolorosa, nostálgica, con una memorable línea de bajo al principio que expresa a las claras que todo lo que sigue es pérdida, mientras que la de Vilma Palma también se inicia con una línea de bajo, pero evidentemente festiva, y es por ese motivo que una suena en casamientos y la otra no, aunque las dos hablen de lo mismo.