El 20 de noviembre de 1845 la escuadra anglo-francesa apostada en Montevideo, que había iniciado su avance por el Río Paraná arriba, se enfrentó a una parte de las fuerzas navales de la Confederación Argentina en la batalla de Vuelta de Obligado, a unos 20km al norte de la actual ciudad de San Pedro, en la provincia de Buenos Aires.
Esta batalla fue una de las tantas acciones militares que se desarrollaron en esos años de luchas entre facciones adictas y enemigas del poderoso Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. Éste encabezaba la Confederación Argentina, una organización política que fue afianzándose desde el Pacto Federal de 1831 con la delegación de facultades que las provincias hicieron en su persona, y en tal carácter era el encargado de las relaciones exteriores y los asuntos de paz y guerra. Además de poseer el mando supremo de las fuerzas militares, podía controlar el tráfico fluvial en los ríos Paraná y Uruguay, lo que generaba no pocas rispideces con algunas provincias litorales y los estados limítrofes de Paraguay y Brasil.
En ese contexto, en la vecina Uruguay se estaba desarrollando un largo conflicto interno entre las facciones de los blancos que impulsaban al caudillo Manuel Oribe, aliado de Rosas, y los colorados cuyo jefe era Fructuoso Rivera, aliado de los unitarios argentinos emigrados, quienes pugnaban por hacerse con el gobierno. Rosas, que tenía intereses políticos y económicos en la contienda, había decidido en 1843 iniciar un bloqueo al puerto de Montevideo y sitiar la ciudad en apoyo de Oribe; de esa manera no solo aseguraba una plaza que era una importante competencia comercial al puerto de Buenos Aires, sino que además podía terminar con la oposición política unitaria que había emigrado a la otra ribera del Paraná y aprestaba fuerzas para reiniciar las incursiones armadas en territorio argentino.
A inicios del año 1845 y ante la inminente caída de Montevideo a manos de Oribe, el caudillo Rivera y sus aliados emigrados solicitan la ayuda directa de Gran Bretaña y Francia, que tenían apostadas sus flotas en aquel puerto desde tiempo atrás por razones estratégicas y sobre todo comerciales. Ya desde hacía un tiempo que los comerciantes británicos de la plaza montevideana pugnaban por liberar el tránsito de los ríos Paraná y Uruguay que Rosas había prohibido con el objetivo de reforzar el papel de la aduana de Buenos Aires como único centro del comercio exterior de la Confederación, y que era el principal sostén económico de su gobierno.
Estas razones económicas se entrelazaron con otras de tipo políticas que involucraban a un amplio espectro de actores; como dijimos, Rosas tenía motivos suficientes para dominar Montevideo, a la vez, las potencias europeas buscaban proteger los intereses de sus connacionales al mismo tiempo que lograr un equilibrio geopolítico en la región entre el imperio del Brasil y la Confederación Argentina. Por otro lado, algunas provincias litorales enfrentadas a Rosas veían con agrado la sumatoria de fuerzas en su lucha contra el gobernador bonaerense, al mismo tiempo que compartían objetivos políticos y económicos con Paraguay, quien no solo pugnaba por la libre navegación del alto Paraná, sino que expresaba sus temores sobre una posible anexión a la Confederación Argentina; temor fundado en el hecho de que Rosas se negaba a reconocer su independencia.
Fue así que los principales comerciantes ingleses solicitaron a las autoridades en Londres que la flota imperial intervenga para evitar la caída de Montevideo y liberar el tránsito fluvial. Esta intervención, que tenía por objetivo el cese del sitio a esta ciudad y que la Confederación retire sus tropas de Uruguay, generó un amplio y rotundo rechazo del gobierno porteño. Esto fue motivo suficiente para que a mediados de aquel año la flota anglo-francesa capturara la escuadra Confederada al mando de Guillermo Brown que sitiaba Montevideo, y meses más tarde iniciara el bloqueo al puerto de Buenos Aires.
A mediados de 1845 dieron inicio los preparativos para impedir una incursión de la flota anglo-francesa aguas arriba del Paraná. El lugar elegido era una zona donde el Paraná se estrecha hasta unos mil metros de ancho, posee altas barrancas lo que facilitaba la instalación y eficiencia de las baterías y presentaba contracurvas lo que dificultaba las maniobras que debían realizar los barcos en su lucha contra la corriente. Al frente de tal misión estaba el General Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas, quien ordena un reclutamiento masivo de milicianos que se sumaron a las milicias regulares de la campaña bonaerense, miembros del ejército de la Confederación y milicias indígenas; se estima que en total eran unos 2.000 los combatientes confederados. Días antes que se declarara el bloqueo al puerto de Buenos Aires, y con la flota de la Confederación apresada en Montevideo, Mansilla solicita urgente a Rosas el envío de gruesas cadenas y “siete buques de cien toneladas arriba, para cerrar enteramente la línea”.
En Vuelta de Obligado se apostaron cuatro baterías de artillería y se cerró el paso del río con una barrera flotante de numerosos y pequeños navíos unidos por tres filas de cadenas, un bergantín artillado y otros barcos menores. Las fuerzas anglo-francesas se componían de 12 embarcaciones de guerra y numerosos buques menores de apoyo; el convoy se completaba con cerca de 90 buques mercantes. Luego de algunos intentos, finalmente al mediodía de aquel 20 de noviembre la flota anglo-francesa logró traspasar la barrera de cadenas y embarcaciones; los intentos de desembarco fueron repelidos por las fuerzas confederadas durante casi todo el día, finalmente cerca de las 18 hs. la infantería coaligada desembarcó en las costas del Paraná donde se produjeron fuertes enfrentamientos cuerpo a cuerpo, acción donde Mansilla resultó herido.
A pesar de que la flota europea logró remontar el Paraná, no tuvo el éxito esperado en su misión comercial en Entre Ríos, Corrientes y Paraguay; luego de un constante hostigamiento por parte de las fuerzas confederadas finalmente se retiró, lo que dio lugar a que, años más tarde, concluyera el sitio a Montevideo y se levantase el bloqueo al Puerto de Buenos Aires. Esta acción despertó fuertes críticas en otros países que condenaron este tipo de intervenciones armadas pues se consideraba que eran violatorias de las soberanías estatales. Así lo entendieron algunos contemporáneos y más tarde parte de la historiografía nacional, al presentar esta batalla terrestre y naval como una acción gloriosa de las fuerzas de la Confederación que habían defendido la soberanía nacional frente al ataque de las potencias europeas colonizadoras. Esta narrativa fue impulsada y profusamente divulgada por los publicistas de Rosas, y luego desde la historiografía revisionista y nacionalista que reivindicaba la figura del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
A fines de 1847 el gobernador de Catamarca Manuel Navarro manifestaba ante la Legislatura provincial su rechazo a la “maligna” política intervencionista de Francia e Inglaterra en los asuntos de la República. Con énfasis condenaba la intervención “…atroz en su principio, horrorosa y sangrienta en su prosecución…” que estuvo guiada por el “…sórdido interés y el inhumano espíritu de conquista del extranjero”. En el contexto de la lucha facciosa, Navarro culpaba a los unitarios quienes “…no han podido arrebatarnos con el cañón nuestra soberanía e independencia…”.
De igual modo, un breve párrafo de una influyente obra de la historiografía nacionalista sintetiza el tono que recorre a buena parte de la producción escrita de ese tipo. En su biografía sobre Rosas publicada en 1940, y refiriéndose a la batalla de Vuelta de Obligado, Manuel Gálvez escribe: “Vamos a asistir a uno de los más bellos y heroicos hechos de nuestra historia… hay mucho patriotismo y pocas municiones… Son las nueve y media de la mañana. Himno Nacional. ¡Oíd, mortales, el grito sagrado! Un unánime y ardiente “Viva la patria” lo termina. Tambores argentinos resuenan en la mañana de oro. ¡Fuego contra los infames agresores!”. Para Gálvez, “toda la América admira el coraje y el patriotismo de los hombres de Rosas. La figura americana del Restaurador se agiganta”.
El acontecimiento y su posterior elección para conmemorar el “Día de la soberanía nacional” quedó asociada, desde el inicio, a la reivindicación del gobierno de Rosas y vinculada a las necesidades políticas de memoria histórica de distintos gobiernos. Esto al que legítimamente se puede recurrir, puede dar lugar sin embargo al uso anacrónico del saber histórico cuando se vincula la misma a ciertos tópicos muy caros a la idea de nacionalidad, su defensa y afirmación. En el marco de disputas historiográficas se generaron diversas críticas sobre el acontecimiento y lo que representa. La primera de ellas tiene que ver con el carácter polisémico del concepto “soberanía”, que deriva tanto de la doctrina y usos que de él se hace, como del significado e intencionalidad con que lo usaban los actores de la época. Si hoy pensamos ese concepto en clave nacional, la evidencia muestra que algunos contemporáneos lo usaban en sentido distinto. El gobernador Navarro, por caso, entendía a la soberanía en clave territorial antes que nacional; así lo manifestaba en la misma intervención ya señalada al denunciar que la alianza de los unitarios con las potencias extranjeras “…han puesto en cuestión los derechos inherentes a la soberanía territorial indisputable por el derecho de gentes y confirmados por el uso uniforme y práctica constante de las naciones”.
Lo dicho lleva a cuestionar la existencia de una “soberanía nacional” en aquel tiempo toda vez que “Argentina” como Estado nación no estaba constituida, tan solo existía una confederación de Estados provinciales autónomos y soberanos como ellos mismos se reconocían, y como tal podían reasumir las funciones delegadas en Rosas y firmar pacto y alianzas con otros Estados soberanos, tal como lo hicieron los Estados litorales pocos años después para oponerse al Estado bonaerense, o lo mismo que hizo éste al no reconocer la Constitución de 1853. Por lo mismo la confrontación no se dio entre un “ejército nacional” y las fuerzas imperiales europeas, más bien fue una derrota de las tropas rosistas de cuyo patriotismo bien puede dudarse dado el tipo de reclutamiento y las deserciones profusamente documentadas. Por otra parte, la defensa de la soberanía se hizo a costa de violentar la de otro Estado: Uruguay, y en defensa de los intereses de la provincia de Buenos Aires que no permitía el libre comercio de las provincias litorales que en ese momento le eran adversas, al tiempo que no reconocía la independencia del Paraguay como ya se dijo. Esta defensa de intereses particulares fue señalada como una contradicción que enfrentaba Rosas como encargado de las relaciones exteriores de la Confederación; como tal debía defender los intereses de los estados soberanos asociados y al mismo tiempo debía velar sobre los de su propio Estado. Esta colisión de intereses, sobre todo económicos, naturalmente resuelta a favor de Buenos Aires por Rosas, generaba persistentes recelos y enojos en el resto de los Estados provinciales.
Esta fecha, más que otras en el calendario patrio, sirve para reactualizar temas del pasado anclados a problemas del presente. Sean éstos los de nacionalidad, antiimperialismo, federalismo, liberación o unidad nacional, etc. Lo cierto es que la historia habla del presente con miradas sobre el pasado. En una especie de ilusión retrospectiva, la batalla de Vuelta de Obligado nos recuerda lo que fuimos y aún esperamos ser; sirve a la empresa inacabada de construcción colectiva de una nacionalidad, actúa como horizonte aglutinador que reaparece en momentos en que se cree que, por cualquier motivo que sea, está en riesgo el poder soberano. Esta fecha debemos pensarla como horizonte y como metáfora que siempre se reactualizan al calor de problemas y disputas presentes.