sábado, 19 octubre, 2024
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Dormía en la calle, entró a un parador y representó a la Argentina en un Mundial: Ahora necesito un trabajo

“Dormir en la calle implica que te duela el cuerpo, que te echen de lugares, que te miren mal. Y yo ya no aguantaba más. O me quedaba en la calle consumiendo hasta que me pasara algo grave o le daba una oportunidad y aceptaba ir al parador”, revela Juan Alegre, que tiene 29 años y estuvo en situación de calle durante más de un año. Sin embargo, hace tres meses que vive en el Centro de Inclusión Social (CIS) Osvaldo Cruz, en Barracas. Fue un quiebre que cambió por completo su vida.

Hasta julio pasado, Juan pasaba las noches en plazas o se tomaba un colectivo que hiciera un recorrido largo que le permitiese “dormir seguro” y cubierto. Ahora duerme en una cama y arranca su día bien temprano. Toma un desayuno y a eso de las ocho de la mañana se organiza con algunos de sus compañeros para empezar a limpiar los baños, el patio, el comedor y otros espacios del CIS: “Ayudamos a los operadores como ellos nos ayudan a nosotros”.

Tres veces por semana va a un curso de educación para el empleo. Le enseñan, por ejemplo, a armar un buen currículum. Desde allí le aconsejaron que terminara el secundario, que tuvo que dejar a los 15 años porque “su familia no la estaba pasando bien y prefirió ir a trabajar”.

Cuando su mamá se acercó a su escuela secundaria en Laferrere, de donde es oriundo, para pedir los papeles que le permitirían retomar sus estudios en otra escuela, los docentes le mandaron a Juan una carta de felicitaciones. “Estaban muy contentas por la noticia y escuchar palabras de aliento de mis antiguas maestras fue algo muy lindo”, admite.

Juan también dedica varias tardes por semana a entrenar fútbol con jóvenes que viven en otros CIS, están en situación de calle o son de barrios vulnerables. Es una movida de Hecho Club Social, una organización que promueve la inserción social de personas en situaciones de vulnerabilidad a través de la práctica deportiva. “Los profesores nos acompañan, nos dan contención, nos hablan y nos inculcan el respeto y la buena conducta”, dice el joven.

Juan viajó por primera vez en avión cuando voló a Seúl para jugar el Mundial de Fútbol Calle

De hecho, en septiembre y por primera vez en su vida, salió del país y viajó en avión. Lo hizo para representar a Argentina en la Copa Mundial de Fútbol Calle que se jugó en Seúl. “Fue un orgullo. Es algo que me mantiene fuerte”, cuenta. La competición se lleva a cabo todos los años y unos 48 países llevan equipos tanto masculinos como femeninos conformados por personas que atraviesan o han atravesado situaciones de vulnerabilidad, como haber dormido en la calle.

“En la calle desconfían de los paradores”

Juan vivió la mayor parte de su vida en Laferrere, La Matanza, con su abuela, su mamá y, dependiendo la época, con algunos de sus otros seis hermanos. Después de años de trabajar como vendedor informalmente, finalmente consiguió el tan ansiado trabajo en blanco en una empresa de seguridad.

“Primero me estaba yendo muy bien, me alcanzaba para lo que quería. Pero me aumentaron el alquiler y no lo pude pagar más. Tenía que volver con mi mamá, pero no quería ser un peso para ella ni para nadie de mi familia. Por primera vez ‘estaba arriba’ y perderlo todo me hizo muy mal. Fue ahí cuando empecé a consumir”, explica.

En la calle se dice que los paradores (como le dicen coloquialmente a los CIS) son feos, que te roban, que te pegan, que tenés que pararte de manos y pelear por tus cosas, que te revisan y que tenés que andar pidiendo permiso para todo”, cuenta Juan, que al principio desconfiaba de la ayuda que le podían ofrecer ahí.

Hace tres meses que Juan vive en el CIS «Osvaldo Cruz»Santiago Filipuzzi

En ese sentido, según un relevamiento oficial hecho en abril, en CABA hay 3.560 personas en situación de calle. Representan un 8% más que un año atrás. De ese total, 1.325 se encuentran en la vía pública y 2.235 duermen en CIS como el Osvaldo Cruz.

Cuando un estudio hecho por la UBA buscó indagar por qué muchas personas preferían quedarse en la calle, la respuesta fue categórica: el 85% dijo que no concurre a los CIS porque cree que ahí se viven situaciones de violencia, robos y consumo de drogas, y porque los perciben como espacios semejantes a una “cárcel”.

Tres meses atrás, Juan paraba en Plaza Miserere, uno de los puntos que frecuenta la Red de Atención (ex BAP), la unidad del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat del Gobierno de la Ciudad que se encarga de asistir a personas y a familias en condición de emergencia social.

Mientras terminaba un plato de comida que le alcanzaron, una trabajadora social le propuso que fuera a un parador. “Vio que estábamos mal, flacos, cagados de frío, y nos empezó a explicar cómo funcionaban los CIS. Que ahí no nos iba a pasar nada y que nos iba a dar herramientas para salir adelante”, relata. Y aunque otros de los que estaban con él desconfiaron, Juan decidió ir: “No daba más, no quería seguir en la calle. Además, esta señora se parecía a mi abuela, me hizo acordar mucho a ella, y la extrañaba. Cuando terminé de hablar hasta se me cayeron algunas lágrimas”.

Abordaje integral

Una vez decidido a ingresar a un CIS, una camioneta llevó a él y a uno de sus compañeros –que también era de Laferrere, pero que finalmente decidió no hacer el ingreso– hasta el Dispositivo de Primer Acercamiento (DIPA). Se trata de un dispositivo de día que brinda una merienda y una primera contención mientras la persona espera que le asignen una de las 3510 vacantes que hay en los 47 CIS que funcionan en la Ciudad. El requisito obligatorio para ser admitido en cualquiera de estos lugares es tener el DNI o, en su defecto, una orden de extravío, que desde la Red de Atención ayudan a tramitar en caso de ser necesario.

“Desde acá lo que trabajamos es, obviamente, reinstalar los hábitos que la calle vulneró. Un equipo profesional interdisciplinario, integrado por trabajadoras sociales, psicólogas y, de ser necesario, psiquiatras, le hace un primer abordaje. Se completa, entonces, el formulario integral, donde detectamos todo el recorrido de esa persona. Y ahí vamos determinando un plan de acción para que pueda ir volviendo a recuperar su autonomía”, aclara Jesica Donnarumma, counselor y referente del equipo profesional. Así, según la situación y la evolución de cada persona, las pueden ayudar a que tramiten otras ayudas, como la Ciudadanía Porteña o el Subsidio Habitacional.

Tres tardes por semana, Juan entrena fútbol con chicos en situaciones similares a las suyasSantiago Filipuzzi

En el caso de Juan, las trabajadoras sociales le gestionaron un tratamiento por consumo problemático. También lo ayudaron en la revinculación con su madre, a quien además le dan contención: “Ahora que estoy mejor, mamá viene los fines de semana y vamos con mis hermanos y mis sobrinos a tomar mates a la plaza”, cuenta Juan, que recuerda claramente el día que sacó un papelito en el que tenía anotado el número de su mamá, le pidió a un compañero el celular y la llamó para contarle, entre lágrimas, dónde estaba.

“Me siento responsable por dar un buen ejemplo”

“A mí me ayudó mucha gente, tanto en la calle como acá, y yo ahora no puedo no hacer lo mismo con los demás. Yo acá abajo de mi cama tengo una caja para donaciones. Junto todo lo que nos sobra. Cuando llega alguien nuevo, sin medias o sin zapatillas, soy el primero en ofrecerle ropa”, cuenta Juan.

Sus próximas metas son terminar su tratamiento, el secundario y el curso de inserción laboral para poder conseguir un trabajo. “Mi sueño es poder vivir con mi familia de vuelta. Quiero alquilar algo acá en Capital y traer a mi mamá a vivir conmigo”, asegura.

A Juan, el viaje a Seúl y su participación en el Mundial “le cambió la cabeza”. De entrada, aclara que en un principio lo convocaron un poco por lo futbolístico pero otro poco por lo actitudinal. “Se basa mucho en cómo vas acá, adentro y afuera. Si seguís bien tu tratamiento, si te manejás bien, si te llevás bien con los compañeros, si tenés conducta”, explica el joven, que no se despegó de la ventanilla del avión en todo el viaje y disfrutó ver cada uno de los paisajes.

Ahora, Juan siente la responsabilidad de dar un buen ejemplo

Desde que volvió, cuenta Juan, los otros chicos que participan del Fútbol Calle lo ven como un referente, “se mueren por jugar con él” y le piden firmas o fotos. “Todo esto lo veo como una gran responsabilidad, la de no bajar los brazos y demostrarles a los chicos que se puede. Intento inculcarles que hagan bien las cosas más que nada afuera de la cancha. Porque adentro, jugar bien a la pelota juega cualquiera. Pero es difícil la pelea afuera, la vida real. Ahí es donde tenemos que poner más ganas”, insiste.

“Nunca pensé que acá iba a conocer gente tan decidida a ayudar a chicos como nosotros. Uno afuera piensa que no hay gente dispuesta a darte una mano, pero acá me voy convencido de que sí. Ahora tengo que conseguir un trabajo y salir de acá. Y tengo que hacer las cosas por mí”, concluye.

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