NUEVE DE JULIO, Corrientes (Enviado especial).– Desde un inicio, la mentira alimentó el drama de la desaparición de Loan Danilo Peña. Lo usaron como un recurso que sirvió para encubrir una trama envuelta en una oscuridad pocas veces vista, en la que todavía no se puede ni siquiera presumir qué ocurrió con el niño de cinco años que está desaparecido desde hace 17 días. Por ahora, este caso despunta más preguntas que certezas. Dudas que una investigación malograda desde un principio nunca logró despejar.
¿Por qué nadie dice la verdad? ¿Qué esconde parte de la familia del chico, que hizo todo lo posible para complicar su búsqueda y sobre todo que se sepa la verdad sobre lo que le ocurrió el 13 de junio en ese almuerzo en la casa de Catalina Peña en el paraje Algarrobal? Lo más importante por develar es qué hicieron con él, dónde está. En el círculo familiar parece estar la clave.
Esta madeja de versiones se oscurece por donde se la mira, con una cadena de encubrimientos en el entorno del niño, desde los extraños nubarrones que exhibe el relato de José Peña, el padre de Loan, hasta las supuestas maniobras de su tía Laudelina para abrir un camino divergente en la investigación, tras afirmar ante un fiscal que no tenía nada que ver con el caso que elexmarino Carlos Pérez atropelló a Loan y con su mujer, María Victoria Caillava, se llevaron el cuerpo en la camioneta.
Desde el 13 de junio, cuando la madre del niño, María Noguera –que no estuvo en el almuerzo en el campo–, denunció su desaparición dos horas después de que sus parientes le dijeran que Loan se había perdido en el monte, se implantaron hipótesis que develan que, hasta ahora, nadie dijo la verdad. Excepto, quizás, los niños, como para reafirmar el clásico refrán.
En un testimonio que dieron a través de cámara Gesell, los cinco chicos aseguraron que fueron con Loan hasta la arboleda por un camino de tierra y que el niño se quiso volver con su padre, salió corriendo y lo perdieron de vista. Luego, la fiscalía de Goya hizo la reconstrucción de lo que había sucedido con los niños en el propio terreno y sostuvieron lo que habían declarado en la cámara Gesell. Es difícil que los menores no hayan dicho la verdad y que no se contradigan en su relato.
Catalina Peña, la abuela de Loan, también aseguró que los tres mayores y los niños fueron hasta la arboleda, donde hay un solo árbol de naranjas. En una entrevista que dio a LA NACION, la mujer afirmó que no entiende porqué fueron hasta ese lugar, cuando en su casa los árboles rebalsan de naranjas y mandarinas. En el diálogo que mantuvo con el periodista José María Costa, Catalina dijo algo revelador, que tras conocerse la declaración de Laudelina toma otra importancia: “Mi hija no quiere que hable más. Victoria [Caillava] tampoco, me dijo que la estaba enterrando”. “Acá hay un engaú [mentira o engaño], como decimos nosotros”, admitió la anciana.
José Peña, el padre de Loan, afirmó el miércoles pasado que su hermana, Laudelina, “tiene que saber algo más”. Este hombre, que llevó a su hijo a caballo el 13 de junio al mediodía a almorzar a la casa de su madre, dijo que “nadie sabía que iba a ir con Loan”, algo que de alguna manera desecha una premeditación sobre la posible captación del niño con fines de trata. Pero cada afirmación de la familia aparece luego desteñida por las contradicciones.
Fue la primera vez, según el padre, que Loan fue a la casa de su abuela, que mantiene algún tipo de enemistad con la madre, del chico, que a su vez fue quien desde un principio afirmó que aal niño “alguien se lo llevó”.
“Yo pensé que estaba en el patio”, dijo José Peña. Reveló que fue su hermana Laudelina la que le avisó que su hijo había desaparecido. “Ella vino y preguntó si Loan estaba con nosotros. Yo le dije que estaba con los chicos. Me dijo ‘no, se fueron a buscar naranjas’”, contó. El padre de Loan aseguró que cuando Pérez y Caillava se fueron al pueblo en la camioneta él los vio. “Se fueron cuando Loan no estaba”, apuntó. Porqué no hizo ni dijo nada cuando eso pasó, es una gran incógnita.
El rol pasivo del padre de Loan en medio de esa situación, cuando su hijo había desaparecido, también resulta llamativo. Hay varios puntos oscuros en la trama. ¿El padre de Loan también mintió? O su hermana Laudelina lo engañó con la versión de que su hijo se había extraviado en el monte? ¿Por qué la madre de Loan siempre mantuvo que “alguien se lo llevó”, en contraposición con su propio marido?
Desde un principio la mentira alimentó los argumentos que convencieron al fiscal Juan Carlos Castillo de que el chico se había perdido. El funcionario ni siquiera fue al lugar en los primeros cinco días. ¿Quién dijo que Loan se perdió en el monte? El papá de Loan afirmó que la primera que trajo esa noticia fue su hermana, que –según admitió el sábado a la madrugada en su declaración– fue quien plantó, en complicidad con el comisario Walter Maciel, la zapatilla del niño en un charco con barro a unos kilómetros de la casa de la abuela. Loan pesaba 19 kilos, según su padre, y el calzado se encontró en la superficie. Si un perito analizaba el hallazgo seriamente le hubiese sido imposible sostener que esa pisada era de Loan. Pero no lo hubo.
Lo grave de este caso es que por una cadena de mentiras no se logra encontrar ni saber qué ocurrió con un niño de cinco años. Se desplegaron más de 1000 efectivos durante los primeros diez días para rastrillar la zona; se dispusieron herramientas y medios de los más sofisticados del país para buscar a un niño que –según se desprende de la causa– nunca estuvo perdido, al que nadie lo raptó, y que –de acuerdo el testimonio de una tía que mintió todo el tiempo– murió por un accidente.
Este caso deja al descubierto el otro país que supura en el interior profundo, donde una mezcla de desidia, negligencia y complicidad de parte de la Justicia y la policía, junto con las mentiras que se tejieron en un entorno familiar rural, plagado de sincretismo, de mitos, y de rencores, hacen visible una precariedad absoluta.
La lógica apunta a que en este tipo de casos la encargada de hacer desvanecer un relato falso sea la Justicia. Se movilizó una cantidad gigantesca de recursos para buscar a un niño que a esta altura es posible asegurar que nunca estuvo perdido, mientras la atención social iba en aumento, frente a los relatos disonantes de un caso transmitido en vivo y en directo. La velocidad en la que se informa también genera contraindicaciones en una realidad analógica muchas veces desconocida, o que se descubre con casos como el de Loan.